14-F | Un motor llamado Leo
Ilustración: @lakleta para La-Lista.

Por Cynthia Monterrosa, como se lo contó a Beatriz Gaspar

Con el pretexto de venderme un seguro, comenzamos a tomarnos cafés y a salir, así conocí a Fer, mi marido, en 2011. Él es todo lo opuesto a mis anteriores parejas y me encanta la relación que tenemos. Desde el día uno jamás pretendí ser alguien más, me sentía a gusto con él y todo fue muy fácil. 

Después de un año deseabamos casarnos y vivir juntos, pero al poco tiempo a él le detectaron insuficiencia renal y entró en protocolo de diálisis. Todo se volvió un caos. Salía de mi trabajo, como diseñadora gráfica en un medio de comunicación, para irme al hospital, me pasaba toda la noche con él y en la mañana me bañaba para irme de nuevo al trabajo.

En mayo de 2014 le trasplantaron un riñón y por tres meses estuvo aislado, tan solo podía verlo 5 minutos sin poder tocarlo. Estaba muy enojada, ¿por qué cuando lo encontré pasó esto? ¿Por qué cuando estábamos tan bien? Pero jamás pasó por mi mente dejarlo, me decía ‘me tengo que quedar’.

Después de todo lo que vivimos comprendí que había sido un regalo que nos demostró lo fuertes que éramos y el buen equipo que formamos, así que a los tres meses, en octubre de 2014, nos casamos muy enamorados.

Viajamos a Europa y en París, mi ciudad favorita, me dio el anillo de compromiso. Reafirmamos nuestro amor con otra boda en 2017. Me sentía feliz, prefería viajar, seguir disfrutándonos y pospusimos el tener bebés, incluso decíamos que si tuviéramos que elegir tener o no, era mejor no. ¿Para qué meto un número más a la ecuación? ¿Qué tal que no funciona?

Después de muchas dudas y largas pláticas, en 2019 decidimos intentarlo y aunque me retiré el DIU nos seguíamos cuidando, decíamos ‘sí, pero todavía no’. En Canadá, mientras veíamos las auroras boreales, en octubre, dimos el sí rotundo. Sin dudas.

Lo intentamos y como la persona más desesperada y controladora del mundo, me hacía pruebas de embarazo semanales. Negativas. Todas eran negativas. Pensaba, ‘no puedo estar así porque me voy a volver loca’; mientras Fer estaba tranquilo y me decía, ‘va a ser cuando tenga que ser’.

Un día a las 5 am me levanté sigilosamente, me hice la prueba y apareció un positivo. Quedé impactada. No sabía qué hacer. Corrí a la cama, brinqué y grité que era positiva. Fer se quedó helado y una hora después él ya tenía claro en qué escuela iba a ir nuestro hijo Leo y lo que nos gastaríamos. En su mente ya tenía resuelto todo.

Sorprendimos a ambas familias. Nadie esperaba que Fer y yo tuviéramos un bebé. Las casas se llenaron de gritos de felicidad por la noticia. Se volvieron locos. Durante febrero comencé a comprar cosas, me inscribí a varios cursos: para el sueño, para los primeros cuidados, por si era cesárea o parto humanizado, contratamos las fotos y hasta el espacio para el baby shower.

Fer y yo siempre tuvimos claro que Leo iría a la guardería para que fuera un niño más independiente, además de que ambos estábamos obsesionados con el trabajo. Hicimos planes. Muchos que no tienen nada que ver con lo que nos pasó y lo que vivimos hoy.

El 13 de marzo fue el último día que salí antes de que iniciara el confinamiento en la Ciudad de México, que creí que duraría poco como con la de la influenza. Tenía esperanza de que regresaríamos felices a nuestra normalidad.

Incluso, en varias ocasiones, le decía a mi esposo: pobrecitas de las mujeres que están dando a luz ahorita porque ha de ser complicado y estresante estar en un hospital que probablemente haya enfermos de covid. Mi consuelo era que Leo nacía hasta septiembre.Yo misma me decía ‘no, no, no, va a ser solo un mes, no hay porqué preocuparse, no pasa nada’.

Pero pronto comenzó a pasar todo. En mayo la doctora nos dijo tenía riesgo de preeclampsia, diabetes gestacional y que había probabilidades de que Leo viniera con problemas genéticos. Hicieron estudios muy caros que salían de nuestro presupuesto considerado para el embarazo y con un alto riesgo de perder a mi hijo.

Las doctoras me pedían que no me angustiara porque el bebé lo resintiría, pero no lo podía evitar. Si mi bebé venía con algún problema yo podía vivir con eso y veríamos cómo le hacíamos, pero con los elevados riesgos de que muriera en mi vientre no, con eso no podía vivir. 

El nivel de estrés empezó a subir como espuma. A la par de que en una junta virtual del trabajo nos comunicaban que el sueldo lo reducirían al 50%. Fue una bomba. No pude más, apagué el micrófono y no pude contener las lágrimas. En mi mente solo pensaba ‘no vamos a poder, no lo vamos a lograr’.

Mi sueño ideal se empezaba a desmoronar y a caerse en pedazos. Todos los planes, toda la espera para que fuera perfecto, el trabajo de mis sueños, todo lo que quería, no fue y lejos de mi familia. Decidimos no contarle a nadie el huracán que nos estaba arrebatando el sueño. No necesitábamos su angustia, solo que pensaran que todo iba a estar perfecto.

Sentía miedo acompañado con culpa. Era una madre añosa, una madre que se esperó mucho para tener hijos y lo que pasaba era una consecuencia de tenerlo con mayor edad. ¡Era una culpa horrible! ¿Por qué me esperé? Por egoísta, por querer hacer más en mi carrera, por querer ganar más y viajar.

Sin dinero, encerrados y aislados de nuestra red. Me sentía encerrada en el encierro. Pero este equipo que formamos desde hace años estaba listo para soportar este momento tan complicado porque eso es lo que hacemos cuando hay problemas, Fer y yo nos hacemos uno. En el encierro hablábamos mucho, estábamos pendientes el uno del otro, nos agarramos de la mano y utilizamos los ahorros para salir adelante.

Contamos todo a nuestras familias. Por supuesto se angustiaron, pero al menos en la distancia nos sentimos un poquito más acompañados. Nos hizo bien saber que no solo nosotros esperábamos a Leo con mucho amor, también todos ellos. Me sentí tantito más reconfortada aunque los únicos abrazos que teníamos eran entre Fer y yo.

Dentro de las complicaciones los estudios afirmaron que Leo estaba bien, en nuestras consultas semanales nos decían que Leo crecía satisfactoriamente. Aunque el riesgo de que naciera prematuro estaba latente y para reducir cualquier riesgo me inyectaron para ayudar a madurar los pulmones del bebé.

En un ultrasonido requerido para la incapacidad en el trabajo la doctora se percató que Leo traía doble circular del cordón umbilical en el cuello y el líquido amniótico había disminuido. Me pidieron que cada hora de las 24 del día revisara que él se moviera porque podría asfixiarse o poner en riesgo su corazón. Durante toda la semana no dormimos. Le poníamos música, le hablábamos, le cantábamos. Teníamos la esperanza de que se desenredara pero no pasó.

Tras varias discusiones las doctoras y 12 especialistas coincidieron en que Leo debía nacer ya porque era más fácil hacer algo por él afuera que adentro, sin embargo, yo estaba en la semana 36 del embarazo, la más complicada para un nacimiento. Era viernes 21 de agosto.

Afuera la pandemia no había dado tregua y convirtió a cada hospital en covid, mientras que las doctoras aconsejaban que no naciera en uno de esos, pero las clínicas eran pequeñas para brindarnos un respirador y atención especializada por ser prematuro. Fuimos a un hospital covid en Coyoacán. Fer tenía una cara de angustia impresionante y mi madre no paraba de llorar. Yo trataba de tranquilizar a todos y confiaba nuestras vidas a mis doctoras.

Mientras esperábamos en urgencias también llegaba gente contagiada de covid. Solo necesitaba que Fer estuviera ahí, conmigo. Leo nació a las 9:26 de la noche y mi niño no necesitó respirador ni atención, absolutamente nada. Fer me dijo ‘te vas a enamorar cuando lo veas’. No se equivocó. Cuando lo cargué a la mañana siguiente me invadió la sensación más bonita que he tenido en mi vida.

Amo a mi esposo y a mi familia con todas mis fuerzas, pero el amor hacia mi hijo es indescriptible, ilimitado, de protegerlo, de cuidar, de que se sienta amado, feliz, protegido. Siempre pensé que las personas eran exageradas y cursis, pero es mágico. Leo fue un bebé planeado y esperado con amor por todos, pero es doloroso que muy poca gente lo conozca.

La maternidad impacta en muchos sentidos, de muchas maneras y a gran escala. Parece que cuando me entregaron a Leo también me dieron ese costalito que dice ‘culpa’. 

La misma que siento por haberme quejado en mi trabajo, por defender tanto a mi equipo, por haber hecho tanto para que no me despidieran porque en mi empleo basaba toda la estructura de mi vida. Todo lo que hacía, lo hacía por Leo. Me quitaron injustamente un trabajo que amaba y me duele mucho.

Hay días en los que con el estrés, los desvelos, el cansancio y el encierro no quedan muchas fuerzas. Pude haber perdido todo pero ver a Leo y la manera en la que me sonríe es como si se borrara el resto del mundo y no existiera nada más.

Leo es el motor que me da fuerza. Lo abrazo y siento que me reanima y me hace decir ‘sí puedo’ y pensar que vendrán días mejores, me obliga a reconstruirme, a encontrar el camino, y a sumar otro pilar a mi equipo llamado familia.

Creditos:
Historia, Narración y Guión: Cynthia Monterrosa, Adriana Galindo y Beatriz Gaspar
Coordinación de Narración: Héctor Illanes
Edición y mezcla: Angélica Escobar y Arturo Luna
Arte: @lakleta
Dirección: Arturo Luna

Síguenos en

Google News
Flipboard