Las palabras sobre el cristal
Causa en Común *El autor es director general de Causa en Común
Las palabras sobre el cristal
Foto: Snowing/Freepik.com

“Conecta”, se dice, con un sobreentendido: conecta “con la gente”. Después de taladrar el asunto por tanto tiempo, es normal que algunos asuman que lo que hoy vemos resulta de un exclusivísimo cordón umbilical con “las mayorías”. En contra, brinca desde luego la duda de dónde colocar entonces a los candidatos exitosos que también “conectaron” y “conectan”… y brinca también la duda de porqué tardó tanto el jonrón de 2018, sobretodo cuando, además del fulgente nimbo, se tuvieron siempre a la mano cosas más prosaicas, como apoyos de gobiernos y de partidos políticos, y carretadas de dinero, y la atención de los medios de comunicación… y brinca además la duda sobre la representación de más en el Congreso, producto de trampas y no de los votos ni de complicidades fantásticas con el pueblo.

Son preguntas obvias con respuestas obvias porque el cuento es barato y vacío. Con insistencia patética se nos inocula que vivimos un gran advenimiento, y lo que hemos visto es un trayecto marcado por las amenazas, los exabruptos y las contradicciones. Imposible encontrar pedagogía política en un manual de parroquia. De acuerdo, pero ha habido eficacia, se dice. ¿Será entonces una temeridad política ampliar mucho el vocabulario? ¿Será siempre excesiva una mayor velocidad verbal? ¿Cuánta vulgaridad hace falta para generar empatía? Quién sabe, ya hay camino andado, ciertamente, cuestión de seguir probando. Hay otra reacción que siempre levanta la mano, la clasista iluminada que nunca pierde oportunidad de refrendar su torpeza: pisar la calle y hablar con la gente sólo puede ser una simulación populista, dicen; caminar el país no es campaña, sino un “estilo”, y además uno que ya tiene patente y dueño. No tienen remedio, pero el caso es que, aún más que los simpatizantes, las dos reacciones, la culposa y la engreída, confirman que la farsa —tan trabajada, tan cara—, ha calado. 

Por eso hay que hacer a un lado candiles y tramoyas, y voltear a lo real. El gobierno produce torrentes de mentiras, distorsiones y desviaciones en todos los temas, y los difunde, inclemente, con todos los recursos imaginables. Padecemos el extremo, éste sí inédito, de que sólo se habla para mentir, y eso, debe subrayarse, es lo opuesto de comunicar y de informar. No hay comunión especial con nadie. “El pueblo” no existe. En este páramo épico, no hay una sola idea. Un filósofo sentenció que los límites de su lenguaje significaban los límites de su mundo. Y no es que haga falta dar cátedra en la plaza pública, sino sólo entender que la circularidad febril que hoy acapara reflectores y micrófonos, empieza y termina en sí misma. 

El arrobo, aún si así se quiere sentir o entender, no durará. Entre otras cosas, porque no hay dinero que alcance para paliar los desastres que se provocan. Crecerán los reclamos de quienes se supone que no entienden o de los que sí entienden, lo mismo da, y a saber con cuánta vehemencia y en qué direcciones porque el lodazal lleva ya tiempo en fase urbi et orbi, y porque por chivos expiatorios no paramos, ni por hipocresía ni por victimización, como si aquí gobernaran extraterrestres a quien nadie hubiera invitado. Con tiempo, a ver qué queda de la famosa “conexión”, y de un lenguaje, y de un tono, y de un estilo. Por cierto, otra cosa sí sabemos: las palabras huecas son las que más pesan, y en este país cada vez más, sobre la fina capa de cristal que a diario se resquebraja.

*El autor es director general de Causa en Común.

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