Nicaragua y la diplomacia mexicana
Perístasis

Jefe de la División de Educación Continua de la Facultad de Derecho de la UNAM, socio de la firma Zeind & Zeind y miembro del Sistema Nacional de Investigadores.

X: @antoniozeind

Nicaragua y la diplomacia mexicana
El régimen de Daniel Ortega en Nicaragua ha despojado de su nacionalidad a 316 personas. Foto: EFE/Jorge Torres.

“Te pueden despellejar, pero tu país no te lo quitan ni aunque te dejen en carne viva”.

Sergio Ramírez

En una nueva página de la larga cadena de sucesos que ha generado ya el dictador Daniel Ortega, finalmente, el presidente Andrés Manuel López Obrador declaró ayer que nuestro país ofrecerá asilo y podrá dar la nacionalidad a las personas nicaragüenses que lo necesiten.

Decisiones como la anunciada hace pocas horas por el jefe del Estado mexicano, además de ser acertada, demuestra el aislamiento creciente que vive un líder político que se convirtió en todo aquello contra lo que luchó. Ortega es un presidente en franca decadencia que además de ya haber causado demasiado sufrimiento al pueblo nicaragüense, por fortuna, empieza a vivir lo que esperemos sean sus últimos días como presidente de aquel país.

Si bien las declaraciones del presidente López Obrador distan de descalificar (como ya lo hizo, por ejemplo, Gabriel Boric) a un personaje impresentable como es Ortega, lo cierto es que la decisión que en su calidad de jefe de Estado ha tomado, de brindar apoyo a aquellas personas que son injustamente castigadas por el simple hecho de pensar diferente a como lo hace el grupo en el poder, es una muestra más de que las sociedades latinoamericanas somos cada vez más conscientes de la importancia de disfrutar de una vida democrática en la que las libertades y los derechos sean una realidad tangible.

La importancia de la opinión de la comunidad internacional ha sido clara al generar en una buena cantidad de países un efecto solidario por el que se han mostrado dispuestos a abrir sus puertas a quienes por voluntad de una persona han visto reducidos o eliminados aquellas libertades y derechos.

En la entrega pasada afirmé que América Latina se ha caracterizado como una región propensa a contar con una buena cantidad de líderes políticos que se han inclinado por concentrar más poder del que las leyes de nuestros países les atribuye, dependiendo de la fortaleza de las instituciones de cada uno de ellos la posibilidad de contener de manera más o menos efectiva esta tendencia.

No obstante, la debilidad de las instituciones nicaragüenses ha producido que Ortega y su familia controlen a las instituciones del gobierno. Hasta el momento y con la participación y complicidad de los poderes legislativo y judicial de Nicaragua, son 316 personas las que han sido despojadas de su nacionalidad por un régimen convencido de que eso es posible y que no ha dudado, al momento de reprimir, utilizar el mecanismo que estime necesario en contra de un pueblo al que, además de todo y contrario a lo que ha sucedido, prometió reducir la brecha de desigualdad existente históricamente allí.

Frente a esta serie de graves atropellos, es una gran noticia que México demuestre una vez más su tradición solidaria y hospitalaria por las razones humanitarias de las que habló el presidente López Obrador, pues el asilo (tal como lo señala la Organización de las Naciones Unidas) “es una forma de protección que le permite a un individuo permanecer en un país en lugar de ser deportado a un país donde teme ser perseguido o lastimado”.

Nuevamente, la tradición de la diplomacia mexicana está en la posibilidad de enorgullecernos y fungir como uno de los faros que le dé luz a personas que han vivido una injusticia, logrando también acelerar el ocaso de un régimen abusivo e incompetente que eventualmente deberá responder por los males que ha generado.

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