El Coloso de los recuerdos
La terca memoria

Politólogo de formación y periodista por vocación. Ha trabajado como reportero y editor en Reforma, Soccermanía, Televisa Deportes, AS México y La Opinión (LA). Fanático de la novela negra, AC/DC y la bicicleta, asesina gerundios y continúa en la búsqueda de la milanesa perfecta. X: @RS_Vargas

El Coloso de los recuerdos
El Estadio Azteca es uno de los recintos más emblemáticos de México. Foto: Facebook/Estadio Azteca

“Estadio Azteca” es, quizá, la canción más mediocre e inentendible cantada por Andrés Calamaro. Escrita por Marcelo Scornik, el tema aparecido en 2004 en El cantante, octavo disco del ex front man de Los Rodríguez, tiene diversas interpretaciones, entra las más disparatadas que he leído es que algunos la consideran como “las reflexiones de un alcohólico”, que reflejan el espíritu de AA. ¿Dónde? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¡Que alguien me lo explique!

En una nota aparecida en la revista española Panenka, en julio de 2018, Calamaro señala: “Es una canción que dice mucho más de lo que parece. Habla del exilio, de la muerte, del futbol, de los hinchas, de la droga, del corazón que tenemos y que no tenemos”.

Aunque para sus seguidores es una especie de “himno” y reconozco que la llegué a cantar en algún concierto, nunca le encontré sentido y me enojaba que usara el término “para avalanchas”, porque en los estadios mexicanos en todas las tribunas hay asientos y no existen esos artefactos similares a porterías, de menores dimensiones, que tratan de evitar que la gente se caiga en los festejos de un gol en las tribunas populares de las canchas argentinas, las que están atrás de las porterías. Más allá del título y de la errónea referencia tribunera, quizá la letra de “Estadio Azteca” sí tenga que ver más con la droga que con el exilio y la muerte, como lo supone su intérprete.

Mi Estadio Azteca

El Coloso de Santa Úrsula cumple 57 años este lunes 29 de mayo. El monumental inmueble, surgido del talento y la imaginación de los arquitectos Pedro Ramírez Vázquez y Rafael Mijares Alcérreca, recibirá en 2026 su tercera Copa del Mundo y es un referente indiscutible en mis recuerdos futboleros, aunque el equipo con el que simpaticé muchos años no juegue ahí.

Pisé por primera vez el Estadio Azteca el 27 de febrero de 1979, cuando iba en segundo de primaria y nos llevaron ahí en un paseo que terminó en la fábrica de Chaparritas. Era un martes y el domingo anterior el desaparecido Atlético Español había derrotado 2-1 a Pumas. Aunque ya conocía el Olímpico Universitario, ver el rectángulo verde del Coloso de Santa Úrsula me dejó hipnotizado. El encanto terminó al entrar a los vestidores, apestosos a sudor y linimento deportivo, con vendas, cáscaras de naranja y bolsas de agua regadas por el piso.

El primer partido que vi fue un América vs. Cruz Azul, tal vez en la temporada 1980-81, cuando el papá de un vecino nos invitó a un palco; no recuerdo el marcador. Con Camila nunca he asistido a un partido en el Azteca, pero en 2017 vimos a Paul McCartney, que se presentó ahí como parte de su gira One One One. Es mi único concierto en ese escenario. Al igual que yo, Camila conoció el Estadio Azteca en una excursión escolar, en enero 2013.

Al Azteca nunca he asistido como aficionado a un partido de la Selección Mexicana, aunque sí como reportero. El más emotivo de ellos, la semifinal de la Copa Confederaciones de 1999, cuando el Tri de Manuel Lapuente derrotó 1-0 a Estados Unidos. Mi primer encuentro como reportero en el Azteca fue el domingo 22 de septiembre de 1996, fui a “hacer vestidores” con mi amigo Jesús Ortega, que escribió la crónica. Fue un Atlante-León, del Invierno 96, que ganó el Potro 1-0 con gol de Zague. Eran los años en que el palco de prensa se encontraba atrás de una de las porterías y por ahí deambulaba un singular personaje llamado Nicolás Luna, conocido con el sobrenombre de “Pelota de Trapo”, que se llenaba las bolsas de su inseparable abrigo, con los bocadillos que la administración del estadio ponía para la prensa.

Aunque nuestros afectos estaban un poco más al sur de Santa Úrsula, en Ciudad Universitaria, seguí la breve campaña del Atlante de Ángel Cappa con mi papá, con los boletos que nos regalaba Israel Hernández. Con el propio Israel y un viejo porrista de los Potros apodado “El Vitaminas”, una tarde de sábado nos dedicamos todo el partido a molestar al portero Hernán Cristante con cantos de cancha argentinos que hacían alusión a su pasado en Platense. Toluca derrotó al Atlante aquella fecha.

A Pumas lo fui a ver muchas veces al Azteca, la mayoría en partidos contra el América. Aunque era apenas un juego de jornada 15, para mí es inolvidable un vibrante 3-3 contra las Águilas, el viernes 8 de diciembre de 1989, cuando después de ir 3-1 abajo, Universidad igualó con goles de David Patiño y Memo Vázquez. En las tomas de televisión, mis hermanos y yo salimos festejando el agónico gol de penal de Vázquez. Tampoco olvido aquella victoria del Apertura 2014, cuando Dante López sentenció el marcador a dos minutos del final y en las tribunas Rodrigo, un mocoso de 13 años, y yo festejamos quitándonos las camisetas, mientras Mónica, su mamá, se llevaba las manos a la cara por la vergüenza.

La NFL también ha llegado al Azteca y Raiders jugó tres veces en el Coloso: 2001, 2016 y 2017. Sólo los pude ver la última, el 19 de noviembre de aquel año, cuando los Patriots aplastaron a Oakland 33-8, mientras yo estaba abatido en las tribunas por la muerte de don Jorge “Che” Ventura esa mañana. El Estadio Azteca significa para mí muchas cosas, menos lo que dice la infame canción de Calamaro. ¡Feliz cumpleaños, Coloso!

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