El verano en que fuimos “tritones”
La terca memoria

Politólogo de formación y periodista por vocación. Ha trabajado como reportero y editor en Reforma, Soccermanía, Televisa Deportes, AS México y La Opinión (LA). Fanático de la novela negra, AC/DC y la bicicleta, asesina gerundios y continúa en la búsqueda de la milanesa perfecta. X: @RS_Vargas

El verano en que fuimos “tritones”
Foto: Juan Salamanca/Pexels

Los mejores momentos con mis hermanos, sin duda, ocurrieron durante las vacaciones de verano. Como éramos tres y apenas nos llevábamos entre uno y tres años de diferencia, la complicidad era total. No necesitábamos a nadie para divertirnos, aunque siempre celebrábamos la visita de mi primo Samuel, el cuarto hermano. Durante el receso de verano, mi mamá casi nunca nos dejaba salir por las mañanas. Aprovechábamos para levantarnos tarde, ayudarla con alguna tarea doméstica y ver “Súpervacaciones”, en Canal 5. Después de la comida, podíamos vaguear hasta las 9 de la noche en los jardines de los edificios D, en Torres de Mixcoac y lugares cercanos.

Durante algunos años, mi mamá nos llevó a clases de natación en la Unidad Independencia, de San Jerónimo; después cambiamos el agua de las albercas por la tierra y el lodo del Deportivo Plateros, donde jugamos futbol americano con Lobos. De alguna manera esos se convirtieron en nuestros cursos de verano. La actividad física nos mantenía en paz. Samuel asistió durante varios años al codiciado curso de verano de Pumitas, a donde iban los hijos de trabajadores, empleados de confianza y académicos de la UNAM, además de algunos colados. Siempre le envidié la camiseta que les daban al inicio de las actividades.

De manera formal, al único curso de verano al que asistimos mis hermanos y yo fue al de la Acuática Nelson Vargas, de Coapa, en 1986. La pasamos muy bien, pero hicimos un desastre en los vestidores con un chavo que conocimos ahí. Organizamos carreras de panza sobre el piso de las regaderas y dejamos abiertas las llaves del agua caliente para hacer un vapor improvisado. Recuerdo, también, que era medio incómodo nadar en un carril mientras el entonces titular de la Secretario del Trabajo, Arsenio Farell, y sus nietos ocupaban los dos contiguos, con sus guardaespaldas parados al borde de la piscina. Al terminar aquel curso, en nuestras vacaciones en Acapulco de ese año fuimos unos tritones.

Los cursos de verano que menos disfruté son a los que tuve que asistir en la UVM Xochimilco años después para poder presentar los exámenes extraordinarios de materias como álgebra, geometría analítica y física. Pagar no era garantía de aprobar la materia, así es que muchas tardes de vacaciones se las dediqué a estudiar esas materias que nunca me gustaron. En el ITAM nunca adelanté materias en verano, para esas alturas, ya era fuerte la presión de mi papá para que comenzara a trabajar y me dediqué buscar algún empleo. Sin planearlo, el taller de redacción periodística del periódico Reforma, al que fui aceptado en junio del 96, cambió por completo mis expectativas de vida.

La alegría de Camila

A mi hija, la inscribimos durante varios años a diferentes cursos de verano. Como su mamá y yo trabajábamos, teníamos que buscar una actividad durante las vacaciones para la chica. Recuerdo uno en donde les daban clases de pintura y les prestaban conejos o alguna ave pequeña para llevarse a casa, pero el que más disfrutó, en sus propias palabras, fue el de Artes y Circo, un espacio donde se fomentaba la salud física y emocional a través de actividades como danza aérea, acrobacia de piso, danza tradicional y artes plásticas y malabares. Le gustó tanto que fue dos años seguidos. Para mí fue una alegría verla desenvolverse en ese espacio, donde se veía contenta, libre y segura durante las exhibiciones de fin de curso.

Varios de mis amigos tampoco asistieron, por motivos diversos, a cursos de verano. Quizá antes no era tan común, aunque a algunos más los mandaron a campamentos fuera de la Ciudad de México, incluso a otro país. Mi amigo Marco Orozco, entrenador de atletismo del Team Asics México, trabajó durante tres veranos en Pumitas. Aunque su mejor recuerdo fueron las enseñanzas que le dieron los niños, que lo han ayudado a su labor como coach, tiene una mejor anécdota: le bajó la novia a Héctor Soberón, un actorcillo de moda.

Durante las últimas semanas me han regalado volantes en la calle y he visto anuncios en bardas y en redes sociales de todo tipo de cursos de verano, como uno de “huertos urbanos” que se impartirá en el centro cultural Circo Volador, también me encontré con uno de protección civil y bomberos, primeros auxilios, finanzas para niños, matemáticas divertidas o algunos de cocina e iniciación musical. ¿Cuál es tu mejor recuerdo de un curso de verano?

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