El esfuerzo de los científicos que compartieron los datos de ómicron
Ilustración de Dom McKenzie.

Una de las experiencias positivas durante los dos años de penumbra pandémica ha sido la rapidez de los avances científicos en la comprensión y el tratamiento del Covid-19. En menos de un año se lanzaron muchas vacunas eficaces y en rápidos ensayos a gran escala se encontró un medicamento económico y eficaz, la dexametasona, que salvó miles de vidas.

La comunidad científica mundial también ha llevado a cabo una “vigilancia del genoma”, secuenciando el genoma del virus para seguir su evolución y propagación a un nivel sin precedentes: la base de datos pública del genoma cuenta con más de 5.5 millones de genomas.

El gran valor de esta vigilancia genómica, respaldada por el compromiso de compartir los datos de forma rápida y abierta por todos los países en tiempo casi real, ha quedado demostrado en los últimos días al conocer la variante del Covid-19 llamada ómicron.

La vigilancia requiere una extraordinaria cooperación entre los científicos para crear protocolos de laboratorio compatibles, sistemas de software y bases de datos. Muchos de estos científicos no reciben una remuneración directa por este trabajo y lo hacen de forma adicional a sus empleos actuales. Están motivados por la creencia de que compartir datos relevantes para la salud pública, sobre todo en una pandemia, puede ayudar a acelerar la comprensión científica, ayudar en la toma de decisiones y contribuir a la próxima generación de medicamentos.

Este compromiso con el intercambio rápido de datos tiene profundas raíces en la genómica. En una cumbre celebrada en 1996 en las Bermudas, los líderes del Proyecto del Genoma Humano establecieron una serie de principios para publicar una nueva secuencia de ADN en las bases de datos públicas en un plazo de 24 horas. Este enfoque se apartó de la convención establecida de que los datos experimentales solo debían darse a conocer cuando se publicaba un estudio, meses o años después. Sir John Sulston, director fundador del Instituto Wellcome Sanger, dijo:

“Todo esto [los datos del genoma] debería estar en el dominio público… Creo que necesitamos una actitud de bienestar social público respecto al uso de esta información”.
Esta actitud prevalece actualmente en todo el mundo, como demuestra el rápido intercambio de más de un millón de secuencias de Sars-CoV-2 por parte del Instituto Sanger desde marzo de 2020.

El 23 de noviembre, los científicos de Botswana subieron a esta base de datos 99 secuencias del genoma del Sars-CoV-2. Como la mayoría de los datos enviados ese día, casi todas las secuencias correspondían a la variante dominante Delta. Pero tres de ellas lucían diferentes a todo lo que se había visto antes.

Más tarde, ese mismo día, un equipo independiente de Sudáfrica subió siete genomas casi idénticos. Estos equipos observaron que la nueva variante contenía un número asombroso de mutaciones en la parte del genoma del virus que codifica la proteína spike, la que utiliza para infectar las células humanas. Lo más preocupante, casi la mitad de estas mutaciones ya habían sido observadas en las variantes anteriores (Alfa, Beta, Gamma, Delta) o se había predicho en experimentos de laboratorio que aumentarían la capacidad del virus para adherirse a las células humanas. Informaron a las autoridades de salud sobre sus preocupaciones e iniciaron una investigación inmediata sobre cómo se podría propagar esta nueva variante.

Mientras estos científicos trabajaban sin descanso, el hecho de haber compartido las secuencias con el mundo como parte de su proceso habitual, incluso antes de saber lo que eran, significó que otros científicos, a miles de kilómetros de distancia, también podían estudiarlas. Pocas horas después de que se compartieron las secuencias, se publicó un mensaje en el foro de designación de pango, un rincón de internet en el que los expertos en el genoma del virus discuten nuevas secuencias y asignan nombres que facilitan la referencia a partes específicas de los árboles genealógicos del Sars-CoV-2.

Las mutaciones de la nueva variante también alarmaron a los científicos internacionales. Rápidamente se le denominó B.1.1.529 y se priorizó su estudio. Una vez que se presentaron las pruebas adicionales reunidas por los equipos locales en Sudáfrica, la Organización Mundial de la Salud (OMS) la convirtió en la quinta variante preocupante, ómicron. Apenas habían pasado 72 horas desde el descubrimiento original.

Los científicos que emitieron la alerta porque están comprometidos con el imperativo moral de compartir rápidamente los datos sabían que en medio de la pandemia tendría consecuencias. Tulio de Oliveira, uno de los líderes del equipo genómico de Sudáfrica, al anunciar la variante, tuiteó: “¡El mundo debe apoyar a Sudáfrica y a África y no discriminarla ni aislarla! ¡Al protegerla y apoyarla, protegeremos al mundo!”

Al día siguiente, decenas de países, incluido el Reino Unido, habían anunciado nuevas restricciones de viaje para los países del sur de África. Es posible que algunas restricciones hayan sido inevitables para ganar tiempo para comprender esta nueva amenaza, sin embargo, las prohibiciones de viaje conllevan graves consecuencias para las personas y las economías de los países afectados. Anteriormente, han retrasado, pero no impedido, la propagación de nuevas variantes. En esta situación existe la posibilidad de que sean más eficaces, precisamente por el excelente trabajo realizado para compartir la información con tanta rapidez.

La vigilancia genómica en la India cuando apareció la variante Delta era menos exhaustiva y la gravedad de esa nueva variante no se manifestó hasta semanas después de que circulara ampliamente y fuera exportada a todo el mundo.

Mientras los científicos de todo el mundo se apresuran a comprender la variante ómicron, y los gobiernos nacionales elaboran planes de respuesta, también debemos encontrar la forma de recompensar la crítica alerta rápida proporcionada por Sudáfrica. Menos del 25% de los sudafricanos están completamente vacunados, y aunque es posible que esto se deba a complicadas razones relacionadas con la oferta y la demanda, no nos corresponde a nosotros, en el resto del mundo, determinar lo que sería más útil. Los países con abundancia de dosis de vacunas y otros recursos deberían ofrecer todo lo que les pidan los países que ahora se encuentran en primera línea del enfrentamiento contra ómicron.

La pandemia ha resaltado que somos una única comunidad mundial y que nuestras respuestas políticas deben reflejar esa realidad. Sería un desastre que la respuesta mundial a esta ciencia heroicamente abierta enviara el mensaje de que la recompensa por tal valentía es el aislamiento.
Jeffrey Barrett dirige la iniciativa genómica Covid-19 en el Instituto Wellcome Sanger.

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