The master plan
Erre que erre

Graduado de Periodismo por el Tec de Monterrey y Máster en Psicoanálisis y Teoría de la Cultura por la Complutense de Madrid. Cuenta con más de una década de experiencia en medios nacionales e internacionales, reportero del conflicto Rusia-Ucrania en Europa, donde reside desde hace un lustro.

IG: @vicoliv X: @Victorleaks

<i>The master plan</i>
Foto: Envato Elements

“Take the time to make some sense
Of what you want to say
And cast your words away upon the waves”…

A más de diez días del triunfo de Claudia Sheinbaum los ruidos y ecos parecen comenzar a disolverse en el barullo cotidiano de las redes sociales y las conversaciones de a pie sobre política, esas en las que nos enfrascamos de forma casi pulsional y en las que parece que se nos fuese algo más que la vida entre opiniones que nunca van a encontrarse.

Si soy honesto, decidirme a escribir esta columna me tomó algo más de tiempo, pues  considero que el comentario que aquí intento escribir bien podría estar de más entre tanta saliva que se ha escupido y decenas de artículos que se han publicado sobre los resultados del 2 de junio y sus posibles consecuencias, sin embargo, omitir esta idea que sigue dando vueltas en mi cabeza -luego de leer y escuchar tantas cosas- sería casi lo mismo que autocensurarme y entonces dar por cancelada cualquier posibilidad de decir algo, por mínimo que sea, que quizás aún no se ha dicho de cierta manera (porque las formas en que se dicen las cosas importan, puesto que algunos las recibirán de un modo y entonces algunos comprenderán mejor que otros, y para aquellos quizás haya otra cosa por ahí que les haga más sentido que esto), y que pudiera en alguien despertar cierta afinidad, curiosidad o inquietud sobre lo que he decidido ver y expresar en estos breves párrafos, como quizás en mí despertó alguno de estos textos.

“Wich way they wanna go
All we know is that we don’t know
How it’s gonna be”…

Vista a la distancia, tanta perfección en la manera en que el obradorismo (¿ o lo debemos llamar desde ahora obradorato?) aplastó al famoso “PRIAN” puede causar demasiada desconfianza y sospecha, sobre todo en un país con una democracia tan blandengue y con un extenso y grotesco historial de fallos y estrategias, métodos y ‘técnicas’ que históricamente los partidos -principalmente el hegemónico en el poder- han maquinado para llevar votos a sus candidatos y causas, las cuales parecen estar más que vigentes que nunca, pues han sido rescatadas en perfecto estado de un pasado que parecía que comenzábamos a ver como algo añejo y terregoso en nuestra memoria colectiva.

Lo primero que nos hacía ruido a aquellos que ahora nos dicen que inapelablemente vivíamos en una ‘caja de resonancia’ y que no tuvimos la capacidad de entrar en contacto con el México ‘real’, fueron las encuestas que circularon durante todo el proceso electoral. Cuchareadas y tendenciosas a la vista de muchos, desde el minuto 0 daban a la candidata de Morena una ventaja tan amplia que, más allá del efecto psicológico en una población acostumbrada a subirse al ‘carro ganador’, quitaba en los números toda posibilidad a Xóchitl Gálvez de remontar desde el inicio de su atropellada campaña al lado de dos impresentables -hay que decirlo- como Alejandro ‘Alito’ Moreno y Marko Cortés, y una tercera fuerza política que ya no lo es, llamada Partido de la Revolución Democrática (PRD), la misma que hace menos de dos décadas llevó a Andrés Manuel López Obrador a la gubernatura de la Ciudad de México y que ahora no es más que unas vergonzosas ruinas.

Este efecto de derrota anticipada fue la sensación que se vivió a lo largo de las recientes campañas electorales, un fenómeno nuevo para una sociedad que en las tres últimas elecciones presidenciales aguardaba con vilo el resultado del Instituto Nacional Electoral (INE), mismo que indefectiblemente era alimentado desde Palacio Nacional y el discurso de la candidata puntera, quien incluso llegó a mencionar con soberbia que la elección “era un mero trámite”, pues la victoria estaba asegurada.

Si bien al final razón no le faltó a Claudia Sheinbaum, la afirmación, salida de una candidata que demostró una frialdad escalofriante durante los debates para dar datos sesgados o absolutamente falsos, que igual respondía con ironía e indiferencia cuestionamientos sensibles para la sociedad sobre asesinatos y desapariciones o que incluso llegó a secundar la versión presidencial de que las campañas estaban resultando “muy fresas” y que terminaron siendo las más violentas de la historia con 37 homicidios registrados, genera sospechas por lo que parece revelar el hecho de que alguien considere un mero trámite el sufragio de 98 millones de electores.

“Please brother let it be
Life on the other hand won’t make us understand
We’re all part of the masterplan”…

Pero el plan maestro de López Obrador que se fraguó tras bambalinas durante años y que vimos accionarse como motor alemán durante varios meses a plena luz del día, no fue sólo hacer alinear las encuestas a favor de su candidata durante casi dos años para producir un efecto analgésico de participación en “el pueblo bueno y sabio” -que pese a todo parece no haber fructificado, como lo dejó ver la Marea rosa-, sino que había que llegar al corazón mismo de la democracia, y eso lo entendió siempre (“al diablo con las instituciones”), pero sólo hasta la segunda mitad de su sexenio lo pudo concretar, cuando colocó a una de sus adeptas al frente del INE tras la salida de Lorenzo Córdova, quien estuvo casi 10 años al frente del instituto y fue claro opositor a las intenciones de sabotear al INE desde el Ejecutivo.

La llegada de Guadalupe Taddei a la presidencia del INE garantizó a López Obrador el paulatino debilitamiento de una de las instituciones que más reputación y confianza  generaba entre los mexicanos, primero, con la drástica disminución de recursos para el organismo y la realización del proceso electoral – lo que tarde o temprano tendría consecuencias negativas- y segundo, para tener línea directa hacia el interior del INE a través de una presidencia afín, algo que Córdova Vianello mantuvo siempre en los límites institucionales al marcar una firme y sana línea divisoria con Palacio Nacional. Durante los meses de campaña Obrador arreció en un doble discurso de ataque al INE, por un lado, criticando su onerosidad para las arcas gubernamentales y alimentando la desconfianza en este ante un eventual “golpe de estado técnico” fraguado -supuestamente- desde su interior, y por otro, de reconocer su labor al asegurar que las elecciones en México serían libres y democráticas.

 Mensaje confuso a primera vista, pero con una clara doble intención que se revelaría hasta la noche del dos de junio, cuando Taddei alimentó la desconfianza en todos los ciudadanos que salieron a votar, creando un vacío de comunicación durante varias horas y en momentos en que los datos fluían a cuentagotas y sin que nadie fuera capaz de dar una explicación de lo que ocurría, dejando que los fantasmas de 1988 rondaran por los pasillos del instituto y por la cabeza de millones de mexicanos, como si alguien hubiese dado la orden de liberarlos para asestar un duro golpe a la credibilidad de un instituto que, en cuestión de horas, pasó de ser defendido por cientos de miles de personas en las calles a través de la llamada Marea rosa, a ser denostado, criticado y desacreditado por los mismos que lo resguardaron con recelo a través de un activismo que parecía emparejar los cartones antes de la votación por el gran efecto que tuvo, incluso en el mismo día de la jornada electoral, donde vimos casillas abarrotadas de gente y un ambiente festivo que murió pronto hacia la noche y se volvió sepulcral durante las horas que el INE postergó sin dar mayores detalles el anuncio de lo que ya en ese momento era indiscutible: la victoria del oficialismo.

“Say it loud and sing it proud today
I’m not saying right is wrong
It’s up to us to make”…

Así, la estrategia fue perfecta: al final, las dudosas y vilipendiadas encuestas habrían resultado ser siempre confiables, ya que en la realidad verificable entre sus datos y los que arrojó el INE con lentitud y algunos fallos, dieron datos prácticamente exactos sobre el resultado de los comicios como nunca antes, lo que vino a dejar en claro y con un contundente golpe sobre la mesa de lo que era la indiscutible “voluntad popular” y el avasallador refrendo ciudadano del sexenio de López Obrador, que vería el ‘segundo piso’ de su proyecto cristalizado en su candidata Claudia Sheinbaum.

Además, paradójicamente, la elección estaría poniendo una de las últimas estocadas sobre la credibilidad del Instituto Nacional Electoral, pues la actuación de su presidenta, Guadalupe Taddei, en momentos en que la ciudadanía clamaba por certeza, certidumbre o datos mínimos en voz de su representante, tuvo todo lo contrario: silencio, indiferencia e incertidumbre, que posteriormente alimentó las sospechas de fraude con las cientos de imágenes que circulaban en redes con algunas inconsistencias en las mantas de los distritos y los datos computados, creando un efecto bola de nieve del que el presidente saldría impoluto pues la misma ciudadanía era quien lo producía, validando sin darse cuenta la maniquea idea de AMLO sobre quién debería organizar las elecciones en México, para lo cual estuvo -casualmente- la secretaria de Gobernación, Luisa María Alcalde, explicándonos los resultados de la elección durante toda la semana en las conferencias matutinas desde Palacio Nacional.

La contundencia y precisión con la que esta elección de Estado fue ejecutada deberá quedar en los libros de historia, sociología y estadística como referencia obligada para quien busque explicar en algunos años, por qué ese “Méjico” es lo que sea que vaya a ser en un futuro no tan lejano. El master plan ha sido ejecutado a la perfección… say it loud and sing it proud today”.

Síguenos en

Google News
Flipboard