El apagón
Causa en Común *El autor es director general de Causa en Común
El apagón
Aspecto de un apagón en calles del Estado de México. Foto: EFE

Debe estar en los primeros párrafos de cualquier manual del dictador, encaramarse sobre la ruina interna para tender la mano solidaria al gobierno amigo; como señal de afinidad y, convencido de que no hay desastre que le quede grande, como balbuceo “internacionalista”.

Es normal. En la involución psicológica, la histeria se desborda. El caso es que el señor Maduro, responsable de un país que algo sabe de apagones, tiene algún sentimiento, no hacia México, obviamente, sino hacia el gobierno mexicano, y le ofrece apoyo para enfrentar el problema… de suministro eléctrico.

Van algunas frases al vuelo, sacadas de un par de cables sobre los apagones en Venezuela: son frecuentes, agravan la crisis económica, obligan a reducir jornadas laborales y clases, dificultan aún más las comunicaciones físicas y por teléfono e internet, obstaculizan el servicio de agua y la operación de hospitales (ya de por sí “en estado ruinoso”), favorecen los saqueos, militares se hicieron cargo del sistema desplazando a personal especializado, Maduro exhorta a la población a reducir consumo, los atribuye a sabotajes terroristas y encarga a las Fuerzas Armadas “blindar” la infraestructura, no existen datos oficiales sobre oferta y demanda de electricidad…

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Como decíamos, resulta que el responsable de este vergel voltea hacia México, y se conmueve, de su gobierno. No habrá ningún “apoyo”, pero lo importante es el gesto, enfatizar que hay cariño y buena voluntad. Igual que la hay entre el gobierno mexicano y la dictadura cubana, que para eso sirven los convenios sobre traslados forzados de médicos, aquí sí con algunos millones de dólares de por medio, pues resulta que el señor Maduro ya no puede subsidiar como antes a la madre patria caribeña, que de todas maneras se entretiene con la administración de las entrañas represivas y criminales de su huésped sudamericano.

Son triangulaciones extrañas, turbias, parasitarias, en ocasiones virtuales o de poca monta, disfraz penoso de capacidades inexistentes, desfiguras propios de quienes dicen que hablan con la historia, siempre grandilocuentes, ellos mismos como los principales anunciantes de su decrepitud y de su delirio. Acá, los apagones nos llegaron, no sólo como realidad, sino como metáfora política de un gobierno oscurantista que no asume el poder como responsabilidad, sino como el pago tardío de una deuda nacional, la de no haberle votado antes, como se debía, y que hoy le cobra a todos con interés compuesto.

A nuestro apagón le da grima la transparencia, nos informa que continuará sin informar y que, en la nueva definición de austeridad, ocultar no cuesta. Nuestro apagón es alérgico a las autonomías del Estado y adicto a las inquisiciones desde palacio. Nuestro apagón se victimiza para justificar una etapa superior de la arbitrariedad, donde los derechos son exceso o confabulación. Nuestro apagón, y los otros también, son arreglos anti populares que se arrellanan, con etiqueta de izquierda, en un espacio propio, cúlmen de la ineptitud; sí se puede, cataclismo mediante, cómo que no.

Si los límites del lenguaje son los límites de su mundo, es claro que estos contubernios, estos apagones, no conocen y no imaginan. Páramo intelectual, compiten, cada uno, consigo mismo, siempre firmes y hacia abajo, abocados a comprimir al país en suerte para que quepa en los confines de la enésima perorata, la de siempre, o en los de una plaza, o en los de una fiscalía, o en los de un cuartel. Y para eso, tienen razón, es mejor no tener mucha luz.

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