Yo no nací feminista
Entre la libertad y la locura

Comenzó hace siete años con un blog llamado My Vintage Armoire. Ha colaborado en Elle México, Quién, Instyle, Life&Style, Reforma y Finding Ferdinand. Licenciada en mercadotecnia y comunicación por el Tec de Monterrey, escribe sobre la felicidad y la tristeza, el amor y el desamor, la duda, los reproches, el amor propio, el existencialismo, la introspección y el crecimiento personal. Lanzó el podcast Libre&Loca, uno de los 50 más escuchados en México y Latinoamérica. Twitter: @rowoodworth

Yo no nací feminista

Y digo esto porque tanto la etiqueta como el movimiento los conocí a principios de mis 20 años.

Y aunque no crecí escuchándolo constantemente, con el tiempo me di cuenta de que mi educación tuvo vestigios de ello. Vengo de una familia cuyas mujeres han salido muchas veces adelante solas porque la vida les ha puesto retos que las llevaron a ello. Perder a un esposo y tener que mantener a tus hijos, ayudar a tus padres en casa, cuidar de tus hermanos, independizarte joven son conceptos que no me parecen desconocidos porque he escuchado muchas historias de miembros femeninos de mi familia que han tenido que hacerlo.

No me gusta decir que “son mujeres fuertes” porque todas las mujeres somos fuertes, pero crecí rodeada de mujeres que retaron el estatus quo para sobrevivir aun cuando lo hice dentro de lo que muchos considerarían una “familia tradicional”.

Siempre vi a mis papás criarnos y llevar la casa como equipo. Mi papá sin problemas puede poner una lavadora, lavar los platos y trapear. Nadie nunca me dijo que tenía que hacer esas cosas porque era mujer. Nadie nunca me dijo que no podía hacer algo por ser mujer, que no iba a poder crecer profesionalmente por ser mujer, que tenía que ser mamá por ser mujer. Jamás recibí un comentario de ese tipo y no crecí bajo el yugo de una educación religiosa que me impusiera creencias sobre mi rol en la sociedad o mi cuerpo.

Pero aun así crecí dentro de una sociedad, específicamente una sociedad mexicana, y he convivido con microagresiones y micromachismos desde que tengo memoria.

Chiflidos en la calle, piropos, sentir la necesidad de caminar hasta el coche con las llaves entre los dedos, siempre alerta, siempre pensando qué me voy a poner y dónde voy a estar, si voy o no acompañada, porque “no quiero pedir Uber si traigo falda” o trato de echar zapatos bajos en mi bolsa, “porque está difícil la estacionada en esta zona y si tengo que caminar de regreso al coche, correr en tacones no es fácil” si llegara a necesitarlo.

Hay mucho que tomar en cuenta cuando uno es mujer incluso en el día a día. Mi papá nunca me dijo que por ser mujer era incapaz de hacer algo, pero cada día que me vuelvo menos niña y más mujer lo veo más preocupado. Más preocupado de en dónde estoy, con quién voy, qué traigo puesto no porque sea malo verme bonita cuando salgo de noche sino porque puede representar un riesgo verme bonita cuando salgo de noche, o traer licras al salir del gimnasio o incluso traer una sudadera larguísima que me tape todo el cuerpo cuando voy al súper, porque la verdad es que en general es peligroso ser mujer.

Él, como muchos hombres que no violan, que no pegan, que no matan, saben que hay hombres que sí, hombres que se sienten con el derecho de hacer como si tu cuerpo fuera suyo, hombres que no se responsabilizan de su falta de moralidad o decencia humana y culpan a la víctima. Hombres que piensan en las mujeres como casaderas o zorras, desechables o “para algo serio”. Hombres que más que hombres son animales, que no han entendido que el 50% de la población humana no nació para su placer y consumo sino que es humana tanto como ellos y merece su respeto.

La historia de porqué el hombre tiene un papel principal en la sociedad es larga, pues tiene su origen en los inicios de la humanidad. Las mujeres lactantes, cuidaban a los hijos en las cuevas mientras el macho iba por comida. Esos machos evolucionaron poco a poco hasta crear el comercio, se ausentaban cada vez más, recorrían distancias más largas, ampliaron sus horizontes terrenales. Tuvieron sus encuentros con el trueque, después inventaron el dinero, construyeron una economía, tuvieron un crecimiento personal y profesional que las mujeres no tuvieron. El rol de la mujer en la sociedad se estancó, no evolucionó; hasta la Segunda Guerra Mundial, cuando no queda de otra más que las mujeres salgan a trabajar, por la falta de mano de obra porque los hombres estaban en el frente luchando o porque quizá no regresaron y ella tuvieron que proveer para sus familias.

Precisamente esta situación de urgencia, de vulnerabilidad en la que no tenían opción, en la que TIENEN que trabajar, pues también las ponía en una situación difícil para decir que no. Que no a la disparidad en el sueldo, que no a las deplorables condiciones de trabajo, que no al abuso de los jefes, como vas a decir que no si es eso o nada.

Ese es el ambiente propicio para que aquellos en el poder empiecen a abusar de ello.

“¿Quieres el trabajo, el ascenso, el rol protagónico?” Ok, pero a cambio de favores. ¿Y qué tienes que ofrecer cuando no tienes nada? ¿Qué tienes que ofrecer cuando alguien está en una posición más privilegiada? A ti misma. Y más que ofrecer, fue algo que los hombres empezaron a demandar y frente a un no, la respuesta fue: no hay ascenso, no hay crecimiento sin importar tu potencial, tu conocimiento, tus estudios o tu capacidad.

La cuestión aquí no es qué mujeres aceptaron y cuáles no. Es que nadie debería de tener el derecho de ponerlas en esa situación, ni disponer de sus cuerpos o sus vidas de esa forma.

De eso se trata el feminismo. De elegir. Cada quien lucha desde su trinchera y la lucha se ve muy diferente por las realidades y percepciones que tenemos todas, pero el punto toral debe ser la libertad de decisión.

Mi acercamiento con el feminismo se da después de una relación de pareja muy tóxica. No hubo golpes. Ni siquiera hubo gritos. Empezó con un bombardeo amoroso tremendo, seguido de indiferencia, manipulación, gaslighting constante y microagresiones que me llevaron a sufrir ataques de pánico constantes. Mi salud mental y emocional estaba destrozada.

Esta persona no tenía una onza de responsabilidad afectiva.

Yo no sabía en su momento qué era la responsabilidad afectiva, lo que sabía era que para muchas cosas que yo expresaba a mis amigas o a otras mujeres la respuesta era: “los hombres así son. No se muestran vulnerables, no son elocuentes, se enojan cuando tienen hambre, tienes que entender que así son. No te lo tomes personal”.

Asumí que así era tener pareja, y que no podía pedirle más ni pedir que las cosas fueran diferentes porque los hombres “así eran” y si le pedía cambios me iba a cambiar a mí, porque eso me hacía (inserto adjetivos con los que se ha descrito negativamente a las mujeres) “COMPLICADA, SENSIBLE, DRAMÁTICA”. ¿Quién me iba a querer así? Como si yo no pudiera elegir, como si valiera porque un hombre me elige, como si no tener pareja fuera malo. Una idea arraigada en la creencia de que venimos a este mundo a encontrar a nuestra media naranja, porque sin ella la vida no tiene sentido y como mujeres un hombre debe hacer la elección, por ende hay que hacer hasta lo imposible, incluso competir entre nosotras por su atención. Vernos siempre perfectas. Vernos sexis pero no demasiado, ser puras pero no demasiado. En fin, ser y no ser de acuerdo a SUS preferencias.

Por eso, por mucho tiempo nuestras vidas y necesidades han sido completamente ignoradas. Y por eso mismo es que el feminismo no busca la igualdad. BUSCAMOS igualdad de oportunidades. Que los sueldos sean los mismos y estén basados en aptitudes y capacidades, que el respeto sea el mismo pero las NECESIDADES que tenemos, que pueden ser diferentes según el caso por tener cuerpos menstruantes, gestantes o en transición se tomen en cuenta.

Aborto legal y seguro.

Acompañamiento en proceso hormonal o quirúrgico de transición.

Que los productos de higiene menstrual no tengan un IVA, que en este país eso ya es una realidad, por ejemplo.

Oportunidades de crecer profesionalmente y licencia de maternidad para quien quiera ser madre, incluso LICENCIA DE PATERNIDAD para poder compartir la carga y responsabilidad que es de AMBOS.

Protección en caso de crímenes cometidos en su mayoría contra mujeres, como la filtración de sus fotos íntimas, que así es como nace la ley Olimpia.

Queremos QUE SE NOS TOME EN CUENTA. Equidad entre AMBAS personas.

La mayoría de las mujeres del mundo fueron educadas a ser “buenas mujeres”. Pero ser una buena mujer usualmente implica ser buena para otros: ser buena madre para sus hijos, buena novia/esposa para su pareja, buena hermana, buena amiga.

Pero lo fuerte y difícil de eso es que 1) su valor depende completamente de la percepción que otra persona tiene de ella y 2) nadie nunca le dice: “oye eres una gran mujer porque te pones primero”, “eres una gran mamá porque cuidas muy bien de ti, porque estás entrenando para el maratón o poniendo un negocio”. No. En este mundo, sobre todo en América Latina, eres una gran mamá porque te sacrificas por tus hijos, porque eres una madre abnegada.

La idea es que eres una gran mujer si das todo de ti para que otros estén bien, porque tú por ti misma no tienes valor, tienes que probarte.

Y entonces les pregunto: ¿Qué pasa con las mujeres que no quieren hijos? ¿Que no están casadas? ¿Las que quieren enfocarse en su carrera? ¿Las que hablan fuerte y sin miedo, sin buscar la aprobación de nadie? La sociedad las juzga. Las ve como egoístas, como malas mujeres, no como líderes sino como perras, no como decididas o contundentes sino como gritonas, no ambiciosas sino intensas… “demasiado”.

Esa es la etiqueta con la que más he batallado en mi vida, porque hay quien me hizo pensar que estaba mal estar en todo, hacer de todo, quererlo todo. Una carrera, una empresa, hijos, familia, pareja. Hubo quien me dijo que eso no le iba a gustar a ningún hombre. Que solo podía “haber un alfa en el hogar”.

El mundo no necesita más mujeres abnegadas. Especialmente en América Latina, donde el sistema patriarcal demanda mártires, sacrificadas, diminutas, conformes, piadosas, puras.

Complacientes, vacías, abandonadas, avergonzadas, calladitas porque así nos vemos más bonitas, sin demasiados pensamientos, sin demasiadas opiniones, sin demasiadas emociones, sin demasiada educación, sin demasiada voz, profundidad, confianza, sin demasiado poder, sin demasiado éxito, intelecto, sin demasiadas preguntas, cultura, talento, derechos, deseos, independencia, seguridad o carácter. Sobre todo sin demasiados sueños, y mucho menos libertad.

Las mujeres no necesitan empoderamiento porque no sean poderosas, necesitan empoderamiento para recordar que lo son.

Necesitan sentirse cómodas ocupando el espacio que tienen derecho a ocupar por ser seres humanos en este planeta.

Para mí, el feminismo es libertad. La libertad de elegir sobre mi vida y mi cuerpo. La libertad de poder seguir mis sueños, compartir mi vida con quien quiero, alzar mi voz y compartir mi mensaje.

Yo no nací feminista, pero he sido feminista sin saberlo y muchas vivencias me acercaron al movimiento que hoy abrazo y respeto, porque por las feministas a lo largo de la historia es que hoy puedo votar, viajar, casarme por amor si decido hacerlo, depilarme o no, maquillarme o no, ser madre o no. Gracias al feminismo, hoy puedo ser yo.

Yo lucho desde la trinchera del crecimiento personal. Mi lucha empieza por la falta de responsabilidad afectiva que se demanda de los hombres. Pueden ser infieles, pueden ser promiscuos, pueden manipular, pueden un día dejar de ser o dejar de estar y lo que escuchamos comúnmente es: ASI SON. A lo hombres les cuesta trabajo expresarse, los hombres no saben hablar de sus sentimientos, los hombres son proveedores, tienen que sentirse necesitados y siempre están a la caza, es innato en ellos, no los puedes controlar. Nadie quiere controlar a nadie. Pero me parece difícil de creer que los hombres, que son los que ocupan el 70% de las posiciones de poder en el mundo, puedan tener tantas “deficiencias” y la salida barata siempre sea “es que así son”

Mientras tanto las mujeres tenemos no solo que comunicar sino ver cómo comunicamos las cosas para ser claras pero no intensas, demandantes o cualquiera de los adjetivos previamente mencionados, tenemos que poder vulnerarnos, tenemos que poder hacer varias tareas a la vez, cuidar del hogar, administrar la economía familiar, hacernos cargo de los hijos y hoy por hoy en su mayoría también trabajar.

Yo busco una sociedad donde hombres y mujeres no solo tengan la libertad y habilidad de expresarse y sentir, sino que ambos se responsabilicen de sus actos y de sus vínculos.

Para mí ser mujer es una energía que se expande, que transforma, que comunica, que trasciende, que no tiene nada que ver con un rol ni con un cuerpo, es una energía que todo ser humano lleva dentro de sí.

Porque las mujeres somos fuego, una antorcha incandescente que sin importar cuanto se extinga, un buen día sin avisar volvemos a arder, a quemar, a amar, a incendiarlo todo.

Yo no nací feminista, pero hoy me pongo la etiqueta con mucho orgullo.

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