1986, recuerdos unidos por un balón
La terca memoria

Politólogo de formación y periodista por vocación. Ha trabajado como reportero y editor en Reforma, Soccermanía, Televisa Deportes, AS México y La Opinión (LA). Fanático de la novela negra, AC/DC y la bicicleta, asesina gerundios y continúa en la búsqueda de la milanesa perfecta. X: @RS_Vargas

1986, recuerdos unidos por un balón

“La memoria no es suficiente porque tiene fugas”, dice el periodista Francisco Javier González. “Olvida ciertas cosas y las reconstruye a su manera. Dibuja los hechos del pasado y a veces los mejora, pero también desvirtúa detalles importantes que posiblemente no alcancemos a percibir”.

Por eso, a través de las 252 páginas de El 86. El año que México cambió el mundo, González ha hecho el generoso ejercicio de recordarnos personajes y sensaciones de la primera mitad de la década de los 80, cuando México se convirtió en el primer país en organizar por segunda ocasión una Copa del Mundo de Futbol, con tan sólo 16 años de diferencia, en medio de una crisis económica y después de un terremoto que se cree que en la Ciudad de México mató a más de 20 mil personas, aunque la cifra oficial es de sólo 3 mil 192 decesos.

A lo largo de 10 capítulos, la impecable pluma de Francisco Javier González, su memoria y su archivo, ayudan al lector futbolero, pero también a los que no simpatizan con el balompié, a recordar momentos importantes de aquellos primeros años de los 80. A pesar de casi tres décadas en el periodismo deportivo, El 86 ha revelado para mí detalles que desconocía de cómo fue la votación en la que México se impuso a Canadá y Estados Unidos para ganarles la sede del Mundial. Cosas de la vida, ahora los tres países norteamericanos se han asociado para organizar la Copa del Mundo de 2026. También me ha hecho recordar a Pique, la ola, a la Chiquitibum, a Cantinflas y, por supuesto, a aquel equipo tricolor que tenía mucho corazón y al que se le recordará, espero que no eternamente, por haber jugado el tan anhelado “quinto partido”.

Las anécdotas personales de Francisco Javier González y sus entrevistas con algunos de los protagonistas de aquel Mundial, le darán al lector un punto de vista diferente de los mismos y le harán recordar sus propias vivencias.

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Por ejemplo, en 1986, yo cumplí 15 años, terminé la secundaria y aunque tenía dos años de ir de manera regular al estadio de Ciudad Universitaria, el futbol apenas me interesaba, aunque eso sí, ya era fanático de Pumas y me emocionaba que a la Selección Mexicana la dirigiera Bora, que Amador, Cruz Barbosa, Servín, España, Flores, Negrete y Olaf, estuvieran en el equipo, al igual que Hugo Sánchez. Por eso, mi villano favorito de la época era Pierre Littbarski, el jugador del Colonia que estuvo a punto de dejar al aún llamado “Niño de Oro”, fuera de “su” Mundial, en aquella final de la Copa UEFA que el Real Madrid le ganó al cuadro teutón. Mi papá no compró boletos para el torneo, pero le reglaron entradas para ver el Argentina vs. Corea del Sur, en el Olímpico Universitario. Vio con sus amigos las 11 faltas que los coreanos le cometían a Maradona. De futbol internacional yo tenía pocas referencias y un lindo recuerdo de la Selección de Brasil, a la que había disfrutado en el Mundial de España 82. Los nombres de Maradona, Platini y Francescoli no me decían nada aún, pero aquella Copa del Mundo tuve un nuevo ídolo: el gigante danés Preben Elkjær Larsen.

El camino del “Pelusa” y Argentina rumbo a la conquista del campeonato del mundo para mí pasó desapercibido y el encuentro entre la Albiceleste e Inglaterra no lo vi porque estaba en misa. Recuerdo, eso sí, el golazo de Negrete contra Bulgaria y que con mis hermanos y algunos vecinos salimos a festejar a Calzada de Tlalpan. El día del “quinto partido”, la dolorosa eliminación ante Alemania la vi en la pantalla gigante que el Departamento del Distrito Federal había puesto en el estacionamiento de la pista olímpica de remo, en Cuemanco. La batalla final, entre Argentina y Alemania, no la vi hasta algunos años despué.

Muy emotiva resulta la narración que hace González, del 19 de septiembre de 1985 y para mí, como periodista, “Lecciones con olor tinta”, un episodio relatado en el capítulo 3, me hizo recordar que una década después de aquel Mundial, yo pisaba por primera vez la redacción de un periódico, aunque muy lejos de la calle de Bucareli y de “El Negresco”, aquella cantina que estuvo en la esquina de Balderas y Victoria, en la que se aprendía de periodismo (y de la dignificación de la profesión) en las charlas entre colegas.

“La vida vale por lo momentos que dejan huella y merecen ser relatados de una generación a otra”. Los libros que valen la pena, como El 86. El año que México cambió el mundo, son aquellos que nos hacen atesorar esos momentos.

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