El hombre mágico
Un cuarto público

Abogada y escritora de clóset. Dedica su vida a temas de género y feminismos. Fundadora de Gender Issues, organización dedicada a políticas públicas para la igualdad. Cuenta con un doctorado en Política Pública y una estancia postdoctoral en la Universidad de Edimburgo. Coordinó el Programa de Género de la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey durante tres años y es profesora en temas de género. Actualmente es Directora de Género e Inclusión Social del proyecto SURGES en The Palladium Group.

X: @tatianarevilla

El hombre mágico
Arte: Cortesía de la autora

Con motivo de este reciente Día del Padre no quiero escribir más datos o estadísticas de cuántos no cumplen con la pensión alimenticia, cuántos hogares en promedio crecen con padres ausentes o cuántos días de licencia por paternidad –según el Estado– son suficientes para formar un vínculo. Hoy no quiero hablar de eso.

No suelo caer en la vorágine comercial del Día de la Madre, catorce de febrero, Día del Niño y, mucho menos, del Día del Padre. Pero hace unos días, cuando estaba –por enésima vez– queriendo poner orden al caos que vamos acumulando en la vida a través de recuerdos y papeles, encontré su foto, y este tercer domingo de junio, cedí y le entré al día escribiendo esto.

Con la foto amarillenta en la mano y sin ningún razonamiento lógico, decidí no regresarla a los triques sino ponerla en la cajita en la que vive un hombre mágico con gorrito rojo que está sobre el escritorio. Una cajita que está siempre abierta.

Cuando entraba al cuarto veía la foto y ahí la dejaba. No la cambiaba de lugar, ni cerraba la caja, ni la regresaba al baúl de los recuerdos. En ocasiones, me quedaba observándola y pensaba qué ha sido de él. Otras veces, la miraba un segundo y volvía a mis cosas, no pensaba en nada. A veces solo la veía, recordando que alguna vez existió y punto, continuaba mi vida. En otras ocasiones, ni siquiera reparaba en ella.

En la foto tendrá unos 28 años y una cara afilada, y creo que si recortara solo los ojos, podrían confundirse con los míos. Tiene un color de piel moreno amarillo, el mismo que el mío, y unas manos parecidísimas, como siempre decía mi madre; y los huesos del cuello igual de salidos que los míos. El sillón en el que está no lo recuerdo. Su expresión es de sorpresa, de energía; era muy joven. No logro adivinar si está contento, asustado o desesperado. Tiene un regalo en las manos que no sé quién se lo dio ni si era lo que a él le gustaba; o si él lo iba a dar, ¿habrá sido para mí? También sé que era Navidad y que era Guadalajara, la tierra de su equipo de futbol, el lugar donde nació y en el que creo, tuvimos un mundo.

A veces me pregunto qué pasará el día en que me llegue la llamada de su partida. La respuesta más probable es que todo seguirá igual que siempre, pues hace muchas estaciones que no lo dibujo. Seguramente nada, o seguramente todo. Quizás indagaré si alguna vez tuvo una fotografía mía en su cartera para verla unos segundos y seguir con su vida, como yo con la caja del hombre mágico. Tal vez averiguaré si los 29 de septiembre pensaba en mí o, quizás, cada vez que se veía al espejo.

Últimamente he pensado que su regalo fue irse. Como escribió Alma Delia Murillo en La cabeza de mi padre: “[…] que nos había amado tanto que se había sacrificado ausentándose, que la manifestación más alta de su amor era su ausencia”. Y sí, hay ausencias que son paz. Me gusta pensar que fue su manera de ser buen padre y no jodernos más.

Hoy quité su foto de la caja del hombre mágico. Ya no hay indicio de su existencia en mi cotidianidad. Algún día aparecerá. Posiblemente, un tercer domingo de junio.

Síguenos en

Google News
Flipboard