El putinismo se está reproduciendo en el corazón del partido republicano
'El domingo, en la televisión nacional, el senador Tom Cotton se negó cuatro veces a condenar a Trump por llamar a Putin "inteligente" y "perspicaz" y a la OTAN y a Estados Unidos "tontos".' Foto: Joe Marino/UPI/REX/Shutterstock

El mundo se encuentra aterradoramente atrapado en una batalla a muerte entre la democracia y el autoritarismo. El domingo, Vladimir Putin lanzó una nueva amenaza dirigida a Occidente, diciendo a su ministro de Defensa y a su máximo comandante militar que pusieran a las fuerzas nucleares rusas en alerta.

Es una nueva guerra fría.

La diferencia más grande entre la vieja guerra fría y la nueva es que el neofascismo autoritario ya no es únicamente una amenaza externa para América y Europa. También está creciendo una versión del mismo dentro de Europa occidental y de Estados Unidos.

Incluso se ha apoderado de uno de los principales partidos políticos de Estados Unidos.
El partido republicano liderado por Trump no apoya públicamente a Putin, sin embargo, la antipatía del partido republicano hacia la democracia es expresada de maneras familiares para Putin y otros autócratas.

Los republicanos de Trump todavía se niegan a reconocer el resultado de las elecciones de 2020, afirmando sin evidencia que se lo “robaron” a Trump. En muchos estados, basándose en esta gran mentira, están dificultando el voto de las personas que no comparten sus creencias.

En varios estados están sentando las bases para ignorar por completo el voto popular y lanzar una futura elección presidencial en favor de Trump u otro hombre fuerte. Ya ni siquiera pretenden ser el partido de la libertad de expresión: están prohibiendo libros en las escuelas y prohibiendo a los profesores hablar sobre las luchas de Estados Unidos contra el racismo y la homofobia.

El ataque de Putin contra Ucrania, que comenzó el 24 de febrero, y el ataque de los seguidores de Donald Trump contra el Capitolio de Estados Unidos, el 6 de enero de 2021, son diferentes, por supuesto, pero se asemejan en su desprecio hacia las instituciones democráticas y en sus intentos para justificar la violencia afirmando una amenaza a un grupo racial o étnico dominante.

Cada uno de ellos también representa la culminación lógica del liderazgo de un peligroso narcisista que miente flagrantemente sobre sus intenciones y sus oponentes y que solo ve el mundo en términos de su poder personal.

Donald Trump admira desde hace mucho tiempo a Vladimir Putin, quien, según muestran las pruebas, autorizó personalmente una operación secreta de la agencia de espionaje para apoyar a un Trump “mentalmente inestable” en las elecciones presidenciales de 2016 en Estados Unidos. Creyendo que una Casa Blanca con Trump ayudaría a asegurar los objetivos estratégicos de Moscú, las agencias de espionaje rusas recibieron la orden de utilizar “toda la fuerza posible” para garantizar la victoria de Trump.

Y de nuevo en las elecciones de 2020, según un informe recientemente desclasificado de la oficina del director de Inteligencia Nacional de Estados Unidos, Putin autorizó “operaciones de influencia” destinadas a “apoyar a Trump” y a “denigrar la candidatura del presidente Biden”.

Es de suponer que Putin apoyó a Trump en 2016 y en 2020 en parte debido al desprecio de Trump por la OTAN. Como presidente, Trump hizo todo lo posible para socavar la organización, incluso sugiriendo que Estados Unidos debería retirarse de ella. ¿Acaso es pura coincidencia que, una vez que Trump dejó de ser presidente y la OTAN permaneció intacta, Putin atacara a Ucrania?

Defender la democracia y enfrentarse al neofascismo autoritario requiere valor. En 2019, el presidente ucraniano, Volodymyr Zelenskiy, rechazó la demanda de Trump de ayuda para amañar las elecciones de 2020 en Estados Unidos, incluso después de que Trump amenazó con retener el dinero que el Congreso había asignado para ayudar a Ucrania a resistir la expansión rusa.

Hoy, Zelenskiy no se dejará intimidar por Putin. Rechazó la oferta de Estados Unidos de evacuarlo, diciendo: “Necesito munición, no un viaje”.

La valentía de Zelenskiy frente a una fuerza bruta abrumadora fortalece a los ucranianos que actualmente defienden su país contra los invasores.

Compárese esto con los aduladores del Comité Nacional Republicano que en febrero censuraron a los representantes republicanos Liz Cheney, de Wyoming, y Adam Kinzinger, de Illinois, por participar en el comité selecto del Congreso que investiga los sucesos del 6 de enero, y que calificaron el ataque al Capitolio como un “discurso político legítimo”.

También cabe contrastar la valentía de Zelenskiy con la de la mayoría de los republicanos electos que todavía se niegan a enfrentarse a Trump. El domingo, en televisión nacional, el senador Tom Cotton se negó cuatro veces a condenar a Trump por llamar a Putin “inteligente” y “perspicaz” y a la OTAN y a Estados Unidos “tontos”.

No se equivoquen: el neofascismo autoritario de Putin está arraigado en Estados Unidos.
Podría ser posible evitar que la agresión de Putin se extienda al resto de Europa. Pero no es posible ganar una guerra civil fría dentro de América sin destruir a Estados Unidos, otro de los objetivos de Putin cuando ordenó a sus agencias de espionaje que ayudaran a Trump.

En los meses y años venideros, los occidentales que creemos en la democracia, el Estado de Derecho, los derechos humanos y la verdad, debemos hacer todo lo posible para volver a encauzar a nuestros compatriotas hacia esos mismos valores primordiales.

Robert Reich, exsecretario de Trabajo de Estados Unidos, es profesor de política pública en la Universidad de California en Berkeley y autor de Saving Capitalism: For the Many, Not the Few y The Common Good. Su nuevo libro, The System: Who Rigged It, How We Fix It, ya está a la venta. Es columnista de The Guardian US. Su boletín informativo aparece en robertreich.substack.com

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