Las gender reveal parties y la obsesión por meternos en cajitas
Un cuarto público

Abogada y escritora de clóset. Dedica su vida a temas de género y feminismos. Fundadora de Gender Issues, organización dedicada a políticas públicas para la igualdad. Cuenta con un doctorado en Política Pública y una estancia postdoctoral en la Universidad de Edimburgo. Coordinó el Programa de Género de la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey durante tres años y es profesora en temas de género. Actualmente es Directora de Género e Inclusión Social del proyecto SURGES en The Palladium Group.

X: @tatianarevilla

Las <em>gender reveal parties</em> y la obsesión por meternos en cajitas

Una mujer no nace, se hace… Simone de Beauvoir

Hace uno días vi en Instagram la gender reveal party más rosa, presuntuosa y contaminante del mundo. Siempre me habían parecido eventos absurdos, pero esta vez me sorprendió el nivel de esfuerzo colectivo para anunciar con bombo y platillo la vagina de una persona en pleno 2021

Ya sé que van a decir que qué amargada y que a mí qué me importa lo que la gente haga para dar la noticia de la llegada de sus hijxs, que cada quien hace lo que se le da la gana. Y tienen razón, cada quién es libre de hacer los eventos que guste, pero tengo una columna que escribir y, además, me parece importante reflexionar sobre porque hacer estas ‘revelaciones de género’ es problemático. 

En primer lugar, lo que están anunciando no es la llegada de un niño o una niña, de una mujer o un hombre, ya que eso no lo determina sus características sexuales, ni su padre, ni su madre, ni lxs médicos. La identidad de género la determina cada persona. Lo que están anunciando realmente es qué genitales tiene su hijx. Nada más. 

En segundo lugar, reproducen la visión del mundo en binario. Esto es, pensar que las personas, y el mundo mismo, nos clasificamos en mujeres y hombres y que todo lo que sale de esas pequeñas y limitadas cajitas no es normal. Será lo común –debido al sistema sexista en el que nos educamos– pero no lo normal. 

En tercer lugar, ¿por qué tenemos la obsesión de determinar a las personas desde antes de nacer? ¿Para qué queremos saber si la personita que va a llegar va a tener pene o vagina? ¿Es fundamental? ¿Cuáles son los mensajes y símbolos reflejados en estas fiestas? ¿Por qué no anunciar la llegada de alguien por el hecho de ser persona sin importar sus genitales? ¿Qué consecuencias sociales tiene esto?  

Si bien festejar que llega una niña o un niño podría parecer un evento inocente, en el imaginario social esto trabaja como un mecanismo de reproducción de mandatos de género que, en primera, nadie es capaz de cumplir al 100% como diría Butler; y en segunda, tienen consecuencias sociales más graves como la exclusión, discriminación y violencia. 

Los mandatos de género operan incluso antes de nacer. La lista de adjetivos que al disparar humo rosa o azul se imaginan lxs asistentes a la fiesta van determinando a las personas con base en sus genitales y excluyendo a otras. Ojalá se quedará en un espacio simbólico, pero no, tiene implicaciones en derechos, en salud mental, en acceso al trabajo, a la justicia y en la libertad de las personas de autodeterminarse. 

Las gender reveal party son el ejemplo perfecto de como la sociedad sigue esperando un ideal de masculinidad y feminidad. Se espera que esa personita que apenas va a llegar tenga deseos, prácticas sexuales, expresiones, discursos y comportamientos acorde a sus genitales, limitando con esto, la propia vida de las personas y reproduciendo dinámicas sociales desiguales y de poder. 

Y para demostrar que no soy amargada, propongo quitarnos esa obsesión por meter en cajitas de mujeres y hombres a las personas antes de nacer. No se trata de desaparecer el género, sino de dar paso a una vida sin normas tan rígidas, inhabitables y estrechas como son los mandatos de género: abrir el abanico. 

Celebrar, como señala Burgos, la posibilidad de una vida…

“Una vida más libre, menos violenta, donde la incoherencia de género presente en todas las personas se comprenda y se acepte no como mal o como falta, sino como riqueza existencial y como signo de íntima cercanía entre el yo y el otro o la otra. Urge una acción que dé respuesta en especial a aquellos individuos que han sido arrojados de las categorías privilegiadas, mujer, hombre, y, en definitiva, expulsados de la categoría misma de lo humano, más o menos drásticamente, en ocasiones mortalmente”. (Burgos, 2005)

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