México eligió ser uno de los países más desiguales
Columnista invitado

Economista y politólogo. Maestro en política pública, especializado en política económica y finanzas. Tiene más de 10 años de experiencia en análisis macroeconómico y financiero. Escribió uno de los capítulos del libro 4T: Claves para descifrar el rompecabezas (Penguin Random House, 2021). Twitter: @mario_campa

México eligió ser uno de los países más desiguales
Foto: Pixabay

No deja de ser irónico que el país que tuvo la primera revolución social del siglo XX sea hoy en día el número 141 de 150 en términos de desigualdad. “México es uno de los países más desiguales del mundo“, explicita el último Informe sobre la Desigualdad Global 2022 publicado por el Laboratorio Mundial de Desigualdad, coordinado por la Escuela de Economía de París con la asistencia del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo y el involucramiento de más de 100 investigadores, entre ellos Thomas Piketty.

La desigualdad en México y cualquier parte del mundo es un debate acalorado que penetra hasta la médula de los sistemas políticos. Para abordarlo en clave proactiva, el primer paso es medir y presentar los hechos. “El trabajo de mostrarle al mundo un espejo puede resultar frustrante“, empatiza la economista Esther Duflo en el prefacio del informe. Y la forma más elegante y precisa de retratar la desigualdad mundial de forma sistémica es mediante la combinación de encuestas, listas de millonarios de Forbes o Bloomberg, cuentas nacionales y estadísticas tributarias. Esa metodología y la base de datos que de ella emana es posiblemente la más rigurosa que tenemos para medir al menos cuatro tipos de desigualdad: de ingreso, de riqueza, de ingreso laboral por género y de huella climática.

El informe para México combina la Encuesta Nacional de Ingreso y Gasto de los Hogares (ENIGH) hasta su edición 2018 y la extrapolación de datos fiscales desagregados del SAT entre 2009 y 2014. Si bien la ENIGH 2020 fue publicada en julio del 2021, sus números no alcanzaron a entrar en el informe 2022, por lo que cualquier evaluación de política pública reciente tendrá que esperar a la próxima actualización. Empero, podemos sacar algunas conclusiones del periodo 1980 en adelante que el propio informe (páginas 94-97) contextualiza a nivel mundial como uno donde las privatizaciones, desregulaciones y embates a la progresividad tributaria frenaron los avances de las políticas de bienestar que emergieron en los 30 años dorados de la Posguerra (1945-1975).

México era hasta el año 2018 el país más desigual de América Latina bajo ciertas métricas. Por ingreso, uno de los comparables disponibles más agudos es aquel que calcula la razón de ingreso entre el 10% más rico y el 50% más pobre, antes de impuestos y transferencias pero después de pensiones y de seguros de desempleo. Bajo esta medición, México destaca como desigual entre desiguales: el decil más alto supera por 31 veces en ingreso promedio a la mitad de los adultos del país, situando a México como el más desigual en todo el continente y en el lugar 141 de 150 que contempla el informe 2022. Ello tendría una explicación multifactorial, destacando: 1) la ausencia de un seguro de desempleo federal, 2) un sistema de pensiones fragmentado y muy poco progresivo, y 3) una ingente subinversión en capital humano –particularmente en educación pública y salud.

Pero la desigualdad de ingreso en México se queda corta con respecto a la de riqueza. El cálculo más reciente indica que el 50% más pobre de los mexicanos tiene un patrimonio negativo. Es decir, sus deudas superan la suma de sus activos financieros (acciones, bonos o depósitos) y no financieros (casas, terrenos o negocios). En cambio, el 10% más rico concentra el 79% de la riqueza nacional con un promedio de 11.5 millones de pesos por adulto. La menor dependencia de los hogares ricos de ingresos laborales frente a los hogares pobres y la posibilidad de acceder a herencias perpetúa las desigualdades entre generaciones o incluso las incrementa durante choques económicos como una pandemia. El dogma es inerme: las desigualdades se disocian del esfuerzo o el mérito individual.

Una desigualdad que confirma la regla es el ingreso por género. Los hombres concentran el 67% del ingreso laboral en México, mientras que las mujeres capturan solo el 33%. Es decir, los hombres ganan en promedio más del doble que las mujeres. El informe 2022 resalta que ese 33% de México lo ubica por debajo de la media latinoamericana (35%) y de Brasil (38%), Chile (38%) y Argentina (37%). Si bien existe un avance desde 1990, cuando la participación femenina era apenas del 24%, la paridad aún es distante.

Una innovación de este informe con respecto a anteriores es la medición de la huella climática entre países y dentro de ellos. La última información disponible (2019-2020) indica que el promedio de la huella climática per cápita en México es de 4.5 toneladas de carbono equivalente anuales, lo cual sitúa al país 20% por debajo del promedio mundial. Sin embargo, México destaca como el país latinoamericano con la mayor desigualdad de emisiones entre sus habitantes: el 10% más emisor emite en promedio 10.5 veces más que el 50% menos contaminante. Ello supondría que los mexicanos que pueden viajar en avión, tienen casas y autos más grandes, y poseen activos fósiles contaminan desproporcionadamente más que la mitad de los mexicanos, cuyos estándares de vida se ajustan al Acuerdo de París.

Que México tenga una desigualdad crónica sorprende poco. El informe 2022 insiste en que la desigualdad es una elección política, no una inevitabilidad. El grado de desigualdad se determina por cómo la sociedad elige organizar su economía: cómo otorga derechos e impone restricciones a individuos, empresas y gobiernos. Que México tenga el gasto social más bajo en la OCDE con relación al ingreso nacional y que haya instrumentado un programa de desregulación, privatizaciones y reducciones a la tasa marginal máxima de ISR para personas físicas –hasta caer a 28% en 2007 desde 60% en 1986– disparó la desigualdad en las últimas décadas, sin que ello se haya traducido en mayor crecimiento. El mito trickle down –que llueva fuerte arriba para que gotee abajo– falló en México como en muchos otros países.

Hay mucho trabajo por delante para mitigar la desigualdad en México. El primer paso es medirla mejor. El SAT podría publicar informes anuales donde se reporte la riqueza, el número de individuos y el pago de impuestos al ingreso y al patrimonio según distintos niveles de riqueza (sin menciones individuales). Esa transparencia permitiría calcular con mayor precisión la evasión fiscal y el impacto que tendrían nuevas políticas redistributivas.

En paralelo, México también debería trabajar una reforma fiscal progresiva. Los pocos impuestos a la riqueza (el predial ha fracasado), a transacciones financieras y a los ingresos millonarios limitan el gasto en educación pública y salud. La reforma al IMSS de 2020 y la expansión de las pensiones no contributiva ayudarán, pero aún falta implementar un seguro de desempleo, un sistema de cuidados (no subrogado) que libere a las mujeres del trabajo doméstico no remunerado, inversión pública en generación eléctrica renovable –que incluso permita acentuar la progresividad tarifaria en el largo plazo– y sistemas de transporte urbano masivo que jubilen automóviles. Sin un gobierno fuerte y decidido, el avance será dolorosa e innecesariamente tortuguesco.

Así como México eligió ser uno de los países más desiguales del mundo, hacia delante puede elegir un futuro más igualitario.

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