El regalo de ser papá
La terca memoria

Politólogo de formación y periodista por vocación. Ha trabajado como reportero y editor en Reforma, Soccermanía, Televisa Deportes, AS México y La Opinión (LA). Fanático de la novela negra, AC/DC y la bicicleta, asesina gerundios y continúa en la búsqueda de la milanesa perfecta. X: @RS_Vargas

El regalo de ser papá

“¿El 8 de octubre, como Perón?”, dijo Armando Di Leo, el padre de un querido amigo argentino cuando le comenté que Ana Camila nacería en esa fecha. El ginecólogo manejó ese día como fecha tentativa para el nacimiento de mi hija. Pero esa nena, inquieta desde la panza de su madre, ya quería salir y se adelantó 14 días a lo previsto. Nació el miércoles 24 de septiembre de 2003.

El martes 23, unas horas antes de su nacimiento, Ángel Dehesa me llamó para invitarme a un concierto de Deep Purple en el Auditorio Nacional. De entrada le dije que sí, pero un rato después recordé las contracciones que Georgina había tenido un fin de semana anterior y le cancelé. Creo que es lo más acertado que he hecho en mi vida adulta, porque horas después llegó a este mundo Ana Camila, que ayer cumplió 19 años.

A su mamá se le “rompió la fuente” poco después de acostarnos, seguramente cuando en el Auditorio sonaban los acordes de Hush o Black night, las últimas dos canciones que la legendaria agrupación inglesa tocó aquella noche, y de ahí en adelante todo fue correr: armar una maleta para irnos a la maternidad, llamarle al “huevos tibios” del doctor Saad, a mis papás, a su abuelo materno y todos en chinga al hospital, en Polanco.

Aquel otoño vivía mis últimos días como católico convencido y practicante y, de camino a la maternidad, me detuve afuera de la iglesia de San Ignacio de Loyola, frente a Plaza Moliere, y recé un Padre Nuestro. Después hice lo mismo afuera de la iglesia de San Agustín y nos encomendé a San Charbel, ante la desesperación de la madre de Ana Camila, que por aquellos días no entendía mucho de asuntos de la fe. Con Íñigo de Loyola “converso” de vez en cuando, pero a San Agustín nunca volví desde que un cura no me quiso confesar porque “vivía en pecado” por tener una hija sin estar casado.

De San Agustín avanzamos unas cuadras para llegar al hospital, donde mis padres ya nos esperaban. Del mercenario de Saad, ni sus luces. Cuando le llamé para decirle que íbamos al hospital me contestó con un inexplicable: “Es que voy entrando al cine con mi novia”. Apareció un par de horas después, más preocupado por sus honorarios que por la bebé que estaba por nacer.

Nos subieron a una suite (no entraba en el paquete contratado) porque el hospital estaba lleno y un rato después me llamaron para que bajara al quirófano. Mientras me cambiaba el ginecólogo me preguntaba, lo más quitado de la pena, por mi trabajo en Soccermanía y me dijo que su equipo era el Cruz Azul.

Del quirófano no recuerdo mucho, sólo que el anestesista bromeaba y escuchaba Radio Universal en un pequeño radio portátil que colgó en la pared. Por eso tengo muy presente que cuando Saad levantó a Camila por los aires, en la radio sonaba el tema de Rocky. Cargué por primera vez a mi hija antes de las tres de la mañana. Una imagen que se me quedó grabada para siempre es la de los ojos acuosos de mi papá cuando fuimos a ver a Ana Camila al cunero.

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Por la mañana hice algunas llamadas y al hospital llegó una cantidad increíble de gente. Desde Raúl Luna, que le tomó sus primeras fotos a Ana Camila, hasta la actriz Erika Buenfil y su madre, que se quedaron toda la tarde chismeando con la mamá de Camila como si estuvieran en La Oreja.

Mi primer día como papá de Ana Camila fue muy largo, con idas y venidas entre Satélite y Polanco. Compré todos los diarios del día mientras trataba de asimilar el cambio que experimentó mi vida desde el día que supe que sería papá. No recuerdo mucho más, sólo los entuertos de Georgina aquella noche, y que Pumas le ganó al Querétaro 2-0 con un autogol de Raúl Rico y otra anotación de Ismael Íñiguez. ¡Felices 19, hija!

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