Por qué Ursula von der Leyen es ‘la mujer más poderosa del mundo’
Ursula von der Leyen 'supervisa la Comisión como si fuera una operación militar'. Foto: Sarah Meyssonnier/Reuters

Las revistas de noticias, desde Time hasta la austriaca Profil, colocaron a Volodímir Zelenski en sus portadas como Persona del Año 2022. La elección del semanario económico Forbes fue un poco más sorprendente: nombró a Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, “la mujer más poderosa del mundo”.

Una buena elección. Tras un débil comienzo hace tres años, la exministra alemana de Defensa se está convirtiendo en la gestora de crisis europea por excelencia. Con su porte un tanto formal y rígido, es posible que Von der Leyen se haya ganado pocos corazones y mentes, pero durante la pandemia, y especialmente desde la invasión de Ucrania ordenada por Vladimir Putin en febrero, se ha forjado una reputación de conseguir que se hagan las cosas en Europa. VDL, como también se le conoce, “es una máquina”, me dijo un alto funcionario de la Comisión. “Es firme, centrada y extremadamente eficiente”.

Es posible que el escándalo de corrupción “Qatar-gate” que se está desarrollando en el parlamento europeo haya puesto a Von der Leyen en un aprieto por no haber propuesto un órgano de ética de la Unión Europea más sólido. Sin embargo, esa crítica es injusta. Ella ha trabajado en ello, pero el parlamento ha rechazado hasta ahora las normas mucho más estrictas que se aplican a la Comisión. Para los gobiernos de la Unión Europea, que consideran al parlamento una molestia y no están dispuestos a someter a su propia institución –el órgano legislativo Consejo Europeo– a las normas de transparencia de la Comisión, el valor de VDL reside en otra parte. En un mundo turbulento, la autopercepción de Europa –como una comunidad pacífica, basada en valores, con un mercado relativamente abierto y escaso peso geopolítico– se encuentra a prueba y requiere un ajuste urgente. Sin la Comisión ni siquiera pueden empezar a hacerlo.

Con Rusia librando una guerra económica y de información contra la Unión Europea, China intentando exprimir el capital político de las dependencias económicas y Estados Unidos embarcándose en un rumbo proteccionista, el exitoso modelo europeo necesita protección. Por ello, los líderes europeos ahora están tomando medidas para lograr “más Europa” que antes no estaban dispuestos a adoptar. Durante la pandemia, acordaron la adquisición conjunta de vacunas y grandes aportaciones financieras a las economías afectadas.

Desde febrero, han reforzado la seguridad común y los controles fronterizos, recibieron a millones de refugiados ucranianos, reactivaron el proceso de ampliación de la Unión Europea y se han movilizado para garantizar el suministro común de energía. Mientras tanto, Europa aspira a convertirse en el primer bloque del mundo neutro en emisiones de carbono.

A los gobiernos europeos no les gusta “europeizar” competencias que ostentan a nivel nacional, a menos que, como dijo una vez el padre fundador Jean Monnet, haya una crisis y “no sepan qué hacer”. Este es el momento. Los líderes de los distintos países se enfrentan a enormes problemas que no pueden resolver por sí solos. Buscan soluciones conjuntas, con Von der Leyen como prestadora de servicios y factor clave al mismo tiempo.

El secreto de la primera presidenta de la Comisión no es que ocupe una posición de poder indiscutible, ni su carisma. La toma de decisiones de la Unión Europea se ha vuelto cada vez más intergubernamental en los últimos años, con la correspondiente pérdida de poder de “Bruselas”. Los dirigentes de los países miembros pueden aceptar soluciones europeas, incluso en asuntos políticamente delicados para sus ciudadanos, como la seguridad, la política monetaria, la salud o la migración. No obstante, desean mantener a raya a su órgano ejecutor, la Comisión.

Constantemente piden a la Comisión que les presente proyectos de nuevas leyes y reglamentos europeos. Al mismo tiempo, debilitan las instituciones de la Unión Europea –y muchas veces eluden al parlamento– mediante recortes presupuestarios y manteniendo para sí mismos el control de la aplicación de las políticas. Durante la pandemia, acordaron pedir prestados conjuntamente más de 700 mil millones de euros para ayudar a los países afectados, mientras insistían en que los 27 jefes de Estado y de Gobierno decidieran conjuntamente qué se asignaba a quién. Lo mismo está ocurriendo actualmente con la seguridad energética, la migración y la política exterior.

La semana pasada, los veintisiete miembros tuvieron que aprobar un paquete de ayuda de 18 mil millones de euros para Ucrania, que Hungría amenazó con vetar a menos que se desbloqueara su propio financiamiento de Bruselas.
De este modo, la Unión Europea se está convirtiendo en un gran bazar para los gobiernos nacionales, lleno de regateos y dramáticas deserciones.

Esto provoca que los compromisos sean más complicados y complejos, menos transparentes y menos sujetos a la rendición de cuentas. Sin embargo, ahora más que nunca, los Estados miembros necesitan los conocimientos jurídicos y de otro tipo de la Comisión Europea para elaborar políticas, planes y compromisos comunes. Von der Leyen proporciona estos servicios a todas horas.

Un funcionario de la Comisión me dice que ella es “mejor” que su famoso predecesor Jacques Delors. Esta observación destaca la forma en que está evolucionando la Unión Europea. Delors impulsó el mercado único y la unión monetaria, sellados en el Tratado de Maastricht. Delors fue un visionario. Von der Leyen es más pragmática. Los Estados miembros exigen a Bruselas más que nunca: desde gas económico y normas anticorrupción más estrictas hasta una nueva política de ayudas estatales para evitar que las empresas se trasladen a Estados Unidos.

Para cumplir todos estos objetivos, Von der Leyen supervisa la Comisión como si fuera una operación militar. Duerme en un pequeño espacio junto a su oficina (por el que paga una renta) y en las tardes de los viernes regularmente pide al personal que preparen informes para las reuniones de las mañanas de los domingos. En términos políticos, dirige un barco hermético, guardando todo bajo llave (incluidas las conversaciones sobre el Brexit), dejando con frecuencia a oscuras a otros comisionados. Esto no la hace muy popular entre el personal. Los empleados se quejan de un exceso de trabajo crónico. Las vacantes permanecen abiertas durante meses porque los nombramientos no cuentan con la aprobación de VDL.

Sin embargo, así es como cumple la exdoctora. Los diplomáticos de los países, siempre dispuestos a convertir a la Comisión en chivo expiatorio, ahora la elogian por prestarles el servicio que exigen. De vez en cuando, ella utiliza esa confianza para dirigirlos, como en los viejos tiempos, cuando la Comisión era una fuerza más poderosa. Por ejemplo, los ha impulsado a tomar decisiones polémicas que no les gustaban, como retener más de la mitad de los fondos europeos de Hungría por violar las condiciones del Estado de Derecho de la Unión Europea.

Esta postura de principios le ha valido a Von der Leyen un gran respeto en el parlamento, cuyos miembros iniciaron hace varios años los primeros procedimientos contra Hungría y estaban deseosos de verlos rendir sus frutos al final.

Dirigir a los 27 gobiernos hacia decisiones comunes debería ser tarea del presidente del Consejo Europeo, Charles Michel. En las capitales europeas inspira poco respeto, e incluso menos en Bruselas. Así que los jefes de gobierno suelen recurrir a la presidenta de la Comisión para que desempeñe también esta función. En VDL, Europa parece estar obteniendo por fin ese número de teléfono único que Henry Kissinger siempre dijo que necesitaba si quería llamar a Europa.

Caroline de Gruyter es escritora neerlandesa, corresponsal en Europa y columnista del periódico NRC Handelsblad.

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