La iglesia del Cártel Santa Rosa de Lima
Zona de silencio

Periodista especializado en crimen organizado y seguridad pública. Ganador del Premio Periodismo Judicial y el Premio Género y Justicia. Guionista del documental "Una Jauría Llamada Ernesto" y convencido de que la paz de las calles se consigue pacificando las prisiones.

X: @oscarbalmen

La iglesia del Cártel Santa Rosa de Lima
"El Marro". Foto: Fiscalía de Guanajuato

En la comunidad de Santa Rosa de Lima en Villagrán, Guanajuato —cuna del cártel que lleva su nombre— hay una pequeña iglesia en cuyas paredes están pegadas las súplicas de paz de sus habitantes.

Es una edificación sencilla. Una típica iglesia de pueblo. Sus muros amarillos con rojo y columnas con toques dorados pretenden darle un aire elegante que contrastan con la pobreza de las casas. O, mejor dicho, la mayoría de las cosas, porque en esta comunidad se esconden mansiones construidas con base en gasolina robada y el dolor ajeno y que son parte de la familia Yépez, los fundadores del sanguinario Cártel Santa Rosa de Lima.

Sería una iglesia cualquiera, si no fuera por una costumbre que comenzó hace unos cuatro años: vecinos de Villagrán y de municipios aledaños como Celaya pegan en sus paredes y rejas las fotografías de sus familiares desaparecidos. Lo hacen por dos razones: porque esperan la intervención divina y la intervención criminal.

Dicen los lugareños que, cuando estaba libre —antes del 2 de agosto de 2020— José Antonio Yépez Ortiz, “El Marro”, fundador del cártel, llegaba hasta la iglesia y discretamente participaba en las misas dominicales. Lo mismo hacía su madre María Eva Ortiz, devota de Santiago Apóstol, y su hijo Luis Antonio “El Monedas”, detenido el 7 de enero de 2024. Y entre semana, aprovechando la quietud de las calles, más integrantes de la familia Yépez, como hermanas y sobrinos, ahí oraban por sus negocios sucios.

Para cientos de familias con desaparecidos a causa de la guerra por el huachicol que libra el Cártel Santa Rosa de Lima contra el Cártel Jalisco Nueva Generación, la asistencia de la familia Yépez a la iglesia del pueblo era una esperanza para que sus seres amados volvieran a casa. Muchos confiaban que si el capo o sus familiares ubicaban el rostro de algún desaparecido y preguntaran por él, se darían cuenta que es ajeno a las luchas criminales y lo liberarían sano y salvo. Una esperanza sostenida por los delgados hilos del amor de madre y padre que nunca dejan de esperar un improbable retorno.

Conocí esa iglesia en 2019 y volví en 2022 a ver si algo había cambiado en esa costumbre propia de los tiempos de la guerra. Y sí, algo cambió: cada vez más afiches con rostros más jóvenes que antes. Y muchas más mujeres. Una muestra de la tragedia humanitaria en Guanajuato, donde se registran 2 mil 689 personas desaparecidas y no localizadas.

Recordé esa iglesia esta semana, cuando el subsecretario de Seguridad y Protección Ciudadana, Luis Rodríguez Bucio, reveló que jueces de Circuito en Querétaro decidieron, por unanimidad, otorgar a Luis Antonio Yépez, “El Monedas”,  hijo del “Marro”, una suspensión provisional para dejar sin efecto la prisión preventiva oficiosa en su contra. Dicho de otro modo: sacarlo de prisión.

Hoy, “El Monedas” duerme en su casa, tras pagar una garantía económica y prometer no salir del país. Ha vuelto a su natal Santa Rosa de Lima, donde fue capturado. Y yo imagino, con dolor, la peregrinación silenciosa de familias hasta la iglesia del pueblo para pegar las fotografías de sus desaparecidos con la esperanza de que el hijo del fundador del cártel local acuda a misa, vea un rostro conocido y se abra la estrecha posibilidad de que un desaparecido vuelva con su familia.

GRITO. “El Monedas” estaba recluido en el Centro Federal de Readaptación Social 12 por los delitos de portación de arma de fuego de uso exclusivo, posesión de cartuchos y cargadores de uso exclusivo. La Fiscalía General de la República pudo impedir su excarcelación obteniendo nuevas órdenes de aprehensión, pero… no le encontraron otro delito. Muy extraño.

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