Si la Reina no tiene nada que esconder, debería decir que artefactos posee
The Guardian
Si la Reina no tiene nada que esconder, debería decir que artefactos posee
Una cabeza de león dorada con ojos de cristal y colmillos, extraída del trono del sultán Tipu de Mysore durante la invasión a Seringapatam in 1799. Foto: Danny Lawson/PA

“Si los museos de Gran Bretaña regresaran todas las cosas robadas, sus galerías pronto estarían vacías y tendrían que cerrar”. Esta historia de terror se repite con frecuencia pero confunde las reformas necesarias e iluminadas con lo iconoclasta. En lo que se refiere a los botines nazis y a los restos humanos, se han devuelto caso por caso de acuerdo a la norma de los curadores de museos desde 1990. Este trabajo no se ha detenido en los museos y los ha mantenido a la altura de nuestros tiempos. Un proceso paralelo se lleva a cabo ahora con respecto a los robos de la herencia africana, como vimos con el anuncio de la semana pasada por parte de la Universidad de Aberdeen que regresó un bronce de Benin robado a Nigeria. Se ha dado un cambio radical en lo que los visitantes de los museos exigen a las instituciones que aman. Al igual que con el consumo ético en el consumo de la moda, la gente en la actualidad quiere saber de dónde proviene la cultura que consumen, cómo llegó allí o si alguien está solicitando que la regresen. En Alemania se están llevando a cabo campañas para que los archivos de los museos se publiquen en línea, así es que las audiencias de los museos pueden investigar los hechos del pillaje colonial por sí mismas. El público exige cada vez más transparencia con respecto al robo.

Esta cuestión de transparencia viene a cuenta por la extraña noticia de que durante el proceso para vetar la ley del consentimiento de la Reina se dio a conocer que las propiedades de Su Majestad quedaban exentas de la Ley de Propiedad Cultural, de los conflictos armados, de 2017. Esta nueva ley no es motivo de controversia. Representa la ratificación de la Convención de la Haya para la Protección de la Propiedad Cultural en Caso de Conflicto Armado de 1954 y sus protocolos, más de medio siglo después de que fueran adoptados por la Unesco. La ley considera una ofensa comprar, recibir como donación o préstamo, propiedad cultural exportada ilegalmente, sin importar la fecha de la exportación. La idea de que la policía revise las propiedades privadas  de la Reina de Balmoral y Sandringham para buscar bienes robados es poco factible, aunque en 2015 una pintura de la colección real holandesa fue identificada como botín nazi. Pero al igual que los museos, la familia real británica también está en riesgo de recibir préstamos o regalos de antigüedades ilícitas, o de obras de arte robadas durante el Holocausto o por botines coloniales. En ambos casos es una responsabilidad ética aplicar la diligencia y la transparencia. Y está además la cuestión de las Colecciones Reales.

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Por ejemplo, hay que considerar la cabeza dorada de tigre con ojos y dientes de cristal que se arrancó del trono del sultán de Tipu de Mysore durante el ataque a Seringapatam en 1799 en el que mataron al sultán y que los funcionarios de la East India Company  presentaron al rey Guillermo IV en 1831. Está también el casco de piel de antílope o “kronbonkye” que se dice pertenecía a Kofi Karikari, el rey de Asante. Está adornado con unas tiras de oro en forma de cocodrilo y con repujado que sugiere la piel del animal. Las tropas británicas se quedaron con el casco en la guerra de Ashanti de 1874 y Sir Garnet Wolseley supervisó el saqueo de los palacios reales de Kumasi. Tienen también el tambor con hendiduras de madera del emir Wad Bishara, que tomaron tras su derrota en la sangrienta batalla de Omdurman en 1898 cuando las metralletas británicas Maxim mataron a 12 mil personas e hirieron a 13 mil más.Se presentó como un trofeo a la Reina Victoria por parte del General de División Herbert Kitchener, el “Sirdar” o comandante en jefe del ejército egipcio. Hay un par de leopardos tallados en marfil con manchas de cobre que presentó a la Reina Victoria en 1897 el Almirante Sir Harry Rawson cuando atacó y saqueó la ciudad de Benin, Nigeria en 1897, y derrocó al Oba, rey, Ovo Ramen No Baisi y lo mandó al exilio.

La Reina Victoria llegó al extremo de pedir que le construyeran una sala para exhibir los objetos que se robaron en las deposiciones violentas de los monarcas rivales. El viernes 18 de junio de 1897, durante el décimo día de la celebración de la “semana de la Reina” del jubileo de diamante de VIctoria se inauguró una exhibición permanente de artefactos robados. Diez vitrinas de roble pulido con luz eléctrica se instalaron en el Gran Vestíbulo del Castillo de Windsor y crearon lo que en aquel tiempo se llamó “un museo de reliquias de soberanos del pasado”. De India a Ghana, de Sudán a Nigeria, y por todo el imperio británico los objetos que se tomaron objetos durante el proceso de deposición de los reyes, emires y sultanes salieron del almacén y se instalaron en el lugar en el que los departamentos de estado recibían a los visitantes internacionales. Victoria recibió incluso un perro llamado Looty, botín en español, un pequinés que le quitaron a la emperatriz Dowager Cixi durante la destrucción del Palacio de Verano de Beijing en 1860 y que enviaron a Balmoral.

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Las exhibiciones del gran vestíbulo permanecen allí en la actualidad. Y las colecciones reales siguen creciendo. En mi nuevo libro British Museums hablo de un ejemplo que ilustra la importancia de la transparencia ya que los regalos para los monarcas con frecuencia tienen historias complejas. Es el caso de una cabeza de Benin de bronce, que tomaron en un ataque en 1897 y que Nigeria compró en una subasta para el museo nacional de Lagos en los cincuenta y después se regresó a Londres, de manera totalmente legal, como regalo para la Reina durante la visita de estado del general Yakubu Gowon en 1973. ¿Debería regresar este tesoro real de nuevo a NIgeria? La respuesta no está en el sitio del Royal Collection Trust, en donde las exhibiciones de WIndsor todavía se describen de manera eufemística como una ilustración de “la forma compleja en que los monarcas británicos han interactuado con los pueblos de todo el mundo”.

¿Cómo unir los puntos entre el predicamento del colonialismo de los museos victorianos y el predicamento del feudalismo, con nuestro capitalismo tardío en forma de monarquía? En ambos puntos anacrónicos, el público merece saber si la propiedad cultural proviene de un robo. Lo que importa ahora es cómo definimos la soberanía en la tercera década del siglo XXI.

En la época colonial, el poder real británico conmemoraba los derrocamientos como fuente de su legitimidad. En el mundo actual muy diferente, la legitimidad cultural requiere que los robos no se exhiban de manera triunfante, ni que se escondan o se encubran sino que la gente los vea para que puedan decidir por sí mismos.

La renuncia en 2019 del Ahdaf Soueif de la junta del fideicomiso del Museo Británico fue una indicación temprana de que los reclamos de devolución del botín cultural, al igual que  las protestas por los patrocinios de la industria del petróleo a los teatros, museos  y galerías, forman parte de un sentimiento cada vez mayor de que la justicia social y la justicia climática tienen que ir de la mano con la “justicia cultural”. Las políticas de transparencia también tienen que ser políticas de inclusión. ¿Cómo romper con los procesos unilaterales que dictan los que resguardan el botín robado? ¿Cómo llegar a un acuerdo con los demandantes dentro de una posición de respeto? Desde los registros de acceso de los museos de la nación hasta lo que sea que cuelgue de las paredes de Sandringham, el público británico y el mundo merecen una mayor apertura en lo que se refiere a los cuestionamientos de robo.

*Dan Hicks es profesor de arqueología contemporánea de la Universidad de Oxford y es autor de Los museos británicos: los bronces de Benin, la violencia colonial y la restitución cultural.

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