Elecciones, la fiesta de la civilidad
La terca memoria

Politólogo de formación y periodista por vocación. Ha trabajado como reportero y editor en Reforma, Soccermanía, Televisa Deportes, AS México y La Opinión (LA). Fanático de la novela negra, AC/DC y la bicicleta, asesina gerundios y continúa en la búsqueda de la milanesa perfecta. X: @RS_Vargas

Elecciones, la fiesta de la civilidad
Foto: Envato Elements

No sé a ustedes, pero a mí, el actual proceso electoral me ha producido tal desgaste que hoy acudiré a las urnas con un desánimo que no sentía hace años.

En Camila, mi hija de 20 años, no veo la misma emoción que sentía hace seis cuando me preguntaba constantemente por las campañas y decía que, si hubiera podido ejercer su derecho al voto, lo hubiera hecho por José Antonio Meade. La semana pasada que comimos juntos me reveló por quiénes votaría, aunque sus dudas persistían para la alcaldía en la que vive. Yo quisiera tener su seguridad, porque hay cargos para los que voy a decidir mi voto en la casilla.

Voté por primera vez en 1991, cuando faltaban un par de meses para que yo cumpliera 20 años y aún no terminaba la prepa. Fui representante de casilla de Acción Nacional en una colonia popular muy cerca de donde vivía, así es que todos mis votos fueron blanquiazules, porque además participé en algunos eventos de campaña del veterano panista José Ángel Conchello, que perdió la diputación ante la actriz Silvia Pinal. La tristeza de aquella noche electoral (la primera de varias) cuando fui a dejar mis actas, no me la quitó ni la “tamaliza” que armaron las señoras del comité distrital. Fue la última elección en que Acción Nacional no recibió fondos públicos y se mantenía de rifas y aportaciones de militantes.

La elección presidencial de 1994, al igual que la de 2018, ocurrió en medio de un Mundial de futbol. Participé activamente en la campaña de Diego Fernández de Cevallos cuando ya era estudiante de tercer semestre de ciencia política del ITAM. Reconozco que aquel año deseaba fervorosamente que la Selección Mexicana de Futbol tuviera un mal desempeño en la Copa del Mundo de Estados Unidos para que la gente, enojada, votará en contra del PRI. Además, estaba enojado porque Miguel Mejía Barón había dejado fuera del Mundial a Miguel España. Finalmente, el equipo del “Doctor” fue eliminado por Bulgaria en penales, Diego desapareció “misteriosamente” en medio de la campaña y el triunfo de Ernesto Zedillo me provocó una depresión que me hizo encerrarme una semana en mi casa y en la de Alma, una novia que me “conseguí” en la recta final de la campaña. El día de la elección, como representante general en una sección electoral de Tlalpan, dejé mi encomienda en un par de ocasiones. La primera para comer machaca y tortillas de harina hechas a mano por la mamá de mi amigo Enrique Carrillo y la otra para ir a visitar a Alma en la casilla en la que le tocó ser representante de casilla del PAN, muy lejos de mis secciones electorales.

Lágrimas con botas

Después militar cinco años en Acción Nacional y ser candidato a diputado local suplente en las elecciones intermedias de 1997 (una derrota más), para las elecciones presidenciales del 2000 había abandonado toda actividad partidista, aunque convencí a mis padres de votar por Vicente Fox. La noche del 2 de julio del 2000, cuando el presidente Zedillo anunció que las tendencias no le eran favorables al PRI, me encerré en un baño del área comercial del periódico Reforma y me puse a llorar. Después de tantas elecciones perdidas por Acción Nacional, aquella noche sentía que de esa victoria me correspondía un pedacito.

Para 2006, muy temprano mi padre y yo decidimos que no íbamos a votar por Felipe Calderón. Separado apenas un año atrás, regresé a casa de mis papás, donde todas las conversaciones con mi viejo giraban en torno al futbol y la política. La polarización que había en las mesas de debate y en la opinión pública se trasladó a las comidas de los sábados. Aquella elección, cuando una casilla contigua se instaló en el patio de la casa familiar, tuve que ir a votar hasta Naucalpan, donde vivía cuando nació Camila. La casilla instalada en mi garaje la ganó Calderón.

En mi memoria hay una laguna grande de la elección presidencial de 2012. Estaba tan contento con mi nuevo estatus de soltero y mi departamento nuevo, que no me involucré en demasiadas discusiones electorales, aunque convencí a las novias de un par de amigos de votar por López Obrador. Fue la segunda vez que le di mi sufragio al tabasqueño.

En 2018, el anuncio del triunfo de López Obrador me encontró “haciendo el súper” en la Mega de Pilares. Durante todo el día Nastascia, una observadora electoral italiana a la que conocí por Tinder un par de meses antes de la elección, me estuvo escribiendo desde algunas localidades de la costa de Jalisco a donde había sido asignada. Aunque anulé mi voto, se me hizo “ojo Remi” cuando vi por la televisión la llegada de López Obrador al Zócalo. Meses después, como muchos, me sentí engañado.

Para mí, esta elección no se trata de un borrón y cuenta nueva. Sólo deseo que la jornada transcurra con la menor cantidad de incidentes posible y que se respete la decisión que tome la mayoría de mis compatriotas. Ojalá que no nos equivoquemos.

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