Los orígenes democráticos de las políticas racistas de migración

Estudió Relaciones Internacionales en el Colegio de México. Sus estudios se concentran en la política exterior, su intersección con los fenómenos de seguridad, las políticas drogas y los impactos diferenciados en poblaciones racializadas. Chilango, enamorado de la ciudad y de su gente. Ahora apoya en incidencia y análisis político en RacismoMX.

En todos lados: @Monsieur_jabs

Los orígenes democráticos de las políticas racistas de migración
Foto: Albar Arraitz de San Martiño para Flickr licencia CC BY-NC-SA 2.0 - sin modificar-

“Dejarlos en la calle no es la solución, no es racismo pedir que los retiren del espacio público”

“Esos asquerosos deberían ser mandados de regreso a su país son una plaga fuera migrantes de México”

“Y los derechos de los vecinos de vivir con tranquilidad ¿A quién le importan?”

“La Colonia ha estado INVADIDA por años, ya basta”.

Hace unos días comencé a leer un libro titulado Apaciguando a las masas: Los orígenes democráticos de las políticas migratorias racistas en el continente americano. El trabajo escrito en 2014 por FitzGerald, Cook-Martín y Ángela García profundiza en la aparente contradicción de un régimen democrático y la continuidad de un sistema racista.

Para los ideólogos tradicionales de la democracia, el racismo y la democracia liberal son fundamentalmente incompatibles. Ellos entienden a esta incompatibilidad de una forma no solamente teórica, sino práctica, donde las democracias han sido la vanguardia en la oposición a las políticas racistas y su desarticulación. Sin embargo, como muestran lxs autorxs del libro, esta afirmación no se sujeta a un escrutinio, aunque sea menor.

Son las democracias liberales los regímenes que más han avanzado políticas racistas. Muchas veces no a pesar de ser democracias liberales, sino gracias a que son democracias liberales. Esto, no por que las democracias sean un régimen inferior de alguna forma, sino porque para la mayoría de ellas, su construcción se dio a modo y en favor de un grupo étnico-racial en específico. Un grupo al que se le formalizó su estancia, se favoreció su permanencia y se garantizó su incidencia; aún en contra de otros grupos que eran percibidos como ingobernables o invasores.

El caso mexicano no es especialmente distinto. En avanzar la lógica del mestizaje, se avanzaba un racismo incluyente pero racista al final; en ella solo se podía proteger la nación si se excluía a las personas de los entornos más desfavorecidos. Así durante el siglo XIX e inicios del XX, los extranjeros que eran favorecidos para establecerse en México provenían de entornos de clases dominantes a asentarse en sus propias colonias, como la colonia Juárez, para llegar a la sociedad mexicana, sin llegar a ella. Así formaban sus propias uniones vecinales, sus propios clubs sociales, que a su vez eran beneficiados con la formalización de medios de incidencia que garantizaban que sus intereses –de los ciudadanos deseados– estuvieran representados.

El gran problema de estas instituciones endogámicas es que garantizan que un lado sea escuchado, por razón de ser quien es, y otro no, por el mismo motivo. Entonces, unas voces preocupadas por valores estéticos, etéreos y superficiales, tienen el privilegio de ser recibidas. Mientras que el resto de voces, preocupadas más bien por su supervivencia, no. Las personas que están ya establecidas tiran la escalera que les permitió llegar y favorecen el ataque directo a personas sin el mismo privilegio.

Esta discusión especialmente grave acaba haciendo ecos constantes a lo largo de la historia de las democracias liberales. Cuando grupos de ciudadanos con preocupaciones legítimas en torno a algún derecho comienzan a replicar discursos que les favorecen, sí. Pero que al mismo tiempo esa fachada de su protección acaba aminorando los derechos de los grupos que siempre han sido excluidos. En los treintas sucedió y abrió la entrada al fascismo en la puerta delantera de la democracia; hace pocos años Huntington lo replicó al denunciar una “amenaza hispana” a la cultura WASP hegemónica.

La paradoja de los valores de un cierto tipo de ciudadano es que su persecución a rajatabla acaba aplastando los derechos de quienes no caben ahí. Como recalcan lxs autorxs, las organizaciones que presumen hablar a nombre de la ciudadanía suelen avanzar narrativas racistas y de limpieza social. Los ciudadanos, muchas veces sin pensarlo, pueden agravar las lógicas racistas; aunque no se lo crean, su posición no les dota de opiniones de mayor valor.

Este texto es sobre vecinos del siglo XXI.

Síguenos en

Google News
Flipboard